martes, 10 de marzo de 2009

E.C.I.

ECI


La señorita hipermaquillada,
de mirada estrábica y modales aprendidos,
miraba a Luisa de arriba abajo.
No daba la talla, la clienta,
pero había que encajarle una, como fuera.
Que se va la comisión.

Por megafonía,
la voz modulada pide que retiren un vehículo, que no es de nadie.

Jorge, el muchacho engominado y de corbata impecable
anuncia a su compañera, de trabajo,
que se casa, no con ella.
Y le cuenta que ese día ha comido vainas con un refrito de ajo.
Vaya aliento.

Sonia, la hipermaquillada de falda tirante y pelo teñido de caoba
da nombre y dirección a la clienta, que se escapa.
Con la comisión.

Los niños, abandonados entre la estulticia de Mario Bros y las fantasías sexuales de Lara Croft,
rebotan de la Casita Hinchable al Gran Parque Infantil.

Los niños, esas encantadoras criaturas cuando están entretenidas.
Y lejos.

Tropiezo con María Ángeles.
Y a María Ángeles le toca las tetas que haya tropezado con ella:
ahí, en las tetas.
Conmigo van siete en una jornada de trabajo.
¡Perdón caballero!,
no obstante.

Písale a tu madre, ¡so cabrón!,
por dentro y Dios mediante.

¡Perdón señorita!,
por educación más que sentimiento.

Rebajas, segundas rebajas y precios especiales.
Conozco a Purificación García, a Emilio Tucci y al Señor Zegna
¡en un solo día!
Y me siento el rey de la alta costura,
si no fuera porque no acompaña mi estatura.
¿Será por esto que falta simetría en esta relación?

Detrás de Sahzá,
la dependienta acalorada con desodorante fiel libera otra clienta atrapada en el probador.
¡No se ponga nerviosa!,
por educación.
Otra gilipoyas,
por sinceridad.

Abre la puerta con una gesto de fastidio:
prisionera número doce del día de hoy.
Algo va mal con esa puerta
o están hoy más tontas las clientas.

Harta está ella,
como estamos todos.
Como lo estoy yo de tanta compra inútil.

Y qué sonrisa,
esta es la última y es auténtica
cuando pasan con esmero tu tarjeta.

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