jueves, 5 de marzo de 2009

EL MERCADO

EL MERCADO


Blande su cuchillo el pescadero:
un trinchante de hoja grande, una guadaña.
Antonio trocea un bonito de dos golpes.
¡Qué bonito!
Y yo me pregunto:
¿por qué no se secciona los dedos a la altura de la última falange?

Camino. Camino entre escamas de hielo y de pescado.
¡Qué simbiosis!

Una rubia de buenas maneras y caderas,
pantalón ceñido y amplia cartera,
escucha atenta la receta.
Un besugo de medio lado la mira a ella.
Y un besugo entero mira a los dos, que soy yo.
¡Qué besugos!

Camino. Camino entre restos de sangre y trozos de crustáceos.

¿¡Qué desea el señor!? ¿¡Qué es lo que quiere!?
¡Bocartes de la bahía! ¡Los más frescos!

Camino. Camino entre ofertas que me arrojan como redes.

No terminan en la mar estas capturas.
Es el cliente la pieza más escurridiza.

Otra rubia de moño teñido mira pensativa las tripas de la anchoa.
Parece cansada,
de los hijos, de la compra, de las letras.
Son sus tripas.

Camino. Camino entre vidas rotas.
El paso de los años
fundió esos sueños de agua helada.


El cabracho de cabeza acorazada me sonríe.
La mandíbula desmesurada del rape me hace burla
con su lengua tan hinchada.

Juan despelleja una ralla
y debajo no quedan más que rayas:
las de todas sus espinas paralelas.
¡Qué redundancia!

Fiera mira la pescadilla cuando no muerde la cola.
¿Será de rabia?
Contrahecho se derrama el rodaballo.
¿Inventaría Picasso el cubismo cuando le sirvieron uno al plato?

Camino. Camino entre dientes de peces imposibles.
Entre el arte hecho pescado.
¡Por fin útil!

Vísceras de otro bonito me salpican.
¿Estarán los dedos de Antonio entre sus tripas?
¡Qué hermosura!

Verlos corretear por el canal,
que va a parar al alcantarillado,
que va a morir al mar.
¡Qué final!

Y qué principio.

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