martes, 10 de marzo de 2009

VECINOS

VECINOS

Observo, harta de tiempo y de paciencia,
a ese joven apuesto pasear sobre la hierba.
Seguramente
haciendo planes para mañana y la próxima quincena.
Él que puede.

La vida le espera
serena,
pero su juventud
que no lo sabe,
corre ansiosa a atropellarla.

Yo también paseo
pero sin salir de este mirador cotilla y silencioso.
La última de las jaulas que me quedan.

Como una sombra me agarro a las cortinas
siempre enmohecidas.
Voy de mueble en mueble:
rancias islas que emergen
en el mar de silencio de mi casa.
Aquí todo va a la deriva.
No hay rumbo pues no sé si habrá mañana.

Y ese joven
que me insulta por ser joven,
apenas me da las buenas noches.
Tiene prisa.

Soy vieja,
y los sueños de otra vieja amodorran a los míos.
Cada día. Qué pareja.
A ver quién vence a quién, quién muere antes.
El orgullo de que no sea mi corazón el que se pare.
El orgullo de haber aguantado un poco más los últimos combates.

Hoy he cerrado las ventanas sin ayuda
Qué ilusión, casi digo:
¡estoy mejor!
Cuando sé que no es posible.

De aquí, ése joven es el único
con los ases para ganar otra noche la partida.

Miro las estrellas resignada:
sigo buscando una señal que nunca llega.
La ilusión, otra más,
de que morirme es un trance pasajero.

Apago la luz de la mesilla y siento miedo:
no vaya a apagarme yo también.
Y no me entere.

Oigo al joven discutir
¡qué perdida de tiempo!
No sabrá lo que tiene hasta que las cartas se le acaben.

Por si acaso,
me encomiendo, me encomiendo, me encomiendo.
Sólo pido ver el sol
¡qué poca cosa!
Como hice ayer, y anteayer
y antes de.

Consciente o inconsciente
no lo sé,
olvido que para mí no habrá mañana.
Se acabó todo.

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