martes, 14 de julio de 2009

10ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

- ¿Entonces me dejas el libro?
Ella, con los sentimientos todavía en clara contradicción, tampoco anduvo muy rápida de reflejos y se dejó llevar por la inercia de la nueva situación, de modo que asintió.
- ¿Y cómo quedamos?
- Hay un bar que tiene mesas, así como para estar un rato charlando, en la calle que baja paralela a esta. No me acuerdo ahora de cómo se llama.
- No importa –interrumpió él sacando pecho -. Ya lo encontraré. ¿Te parece bien mañana a las once?
- No, no. Mañana no. Mejor la semana que viene. El miércoles... a las cinco.
- ¿De la tarde?
- ¡Hombre! –esta vez ella sí que lo utilizaba con propiedad y eso le fastidió aún más. Tenía que haberle dicho mujer -. ¡No va a ser a las cinco de la mañana!
En realidad sí que podía a la hora y el día que él había propuesto, pero no le dio la gana de aceptar. Hubiera sido como claudicar, perdonarle a cambio de nada. Olvidarse de su ofensa sin que éste se hubiera disculpado siquiera. Aunque casi lo que más rabia le daba era que seguramente él ni se había enterado. Y cuanto más pensaba en ello más se enfurecía, de modo que optó por terminar aquella estúpida conversación con un seco ¡Adiós!
Él se quedó en la acera, observándola. Estudiando su forma de andar, cómo cogía los libros, cuánto balanceaba los brazos al caminar y si miraba hacia el cielo o al suelo; la ropa que llevaba, los zapatos, si éstos eran baratos o de calidad; por qué lado los desgastaba más: el exterior, el interior... Incluso el color y el corte de pelo. Cosas que frente a ella no había sido capaz de captar con la necesaria profundidad. Datos imprescindibles para la creación de su nuevo personaje. Ya tenía la mirada, la forma de hablar, muchos de sus gestos, pero faltaba darle forma al cuerpo. Medidas. ¿Y las manos? ¡No se había fijado en las manos! ¡Se había comportado de forma tan estúpida que ni siquiera había reparado en las manos! ¿Tenía los dedos largos? ¿Se mordía las uñas? Esto último para él era un defecto, físico y mental, imperdonable.
Augusto se enfureció terriblemente. Dio media vuelta y se marchó. Caminaba apretando con fuerza la mandíbula y los músculos se le marcaban en la cara. Tal era su enfado que hasta le dolía la garganta de rabia. Esa rabia que normalmente era incapaz de controlar.
Dobló la esquina y entonces cayó en la cuenta de que tampoco sabía su nombre.
- No importa –se dijo -. El nombre ya se lo pondré yo.

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