jueves, 17 de septiembre de 2009

TIRANOS

TIRANOS


El profesor de francés era un ser corriente.
Y moliente:
a palos nos molía al no saber la lección.
Mató con un palo a más de cien
pequeños, inocentes,
cuando entró en combate.

Mi panadera era una mujer gruesa
afable y cariñosa.
Envenenó a una legión cuando se alistó:
cocinera en la última gran guerra.
La que está por llegar.

El fontanero era un hombre trabajador
honesto y complaciente.
Reventó una casa refugio cuando inspeccionó
las instalaciones.
Disfrutó con ello.

El cura ofrecía las ostias con la mejor de sus sonrisas.
Repartió hostias como nadie con la culata de su fusil.
Y su mejor carcajada.

La pianista de finas manos y voz aterciopelada,
amantísima de la música y las buenas maneras,
se soltó la melena cuando le entregaron el pabellón
de reclusos peligrosos.
Violó y después acuchilló a más de una treintena
antes de prender fuego al barracón:
tal vez fuera por amor.

Hacía reír el cómico en sus espectáculos
a teatro abarrotado.
Hizo llorar con satisfacción a todas las madres
cuando secuestró sus hijos para fabricar cremas:
y que otras madres se pusieran bellas.

El poderoso banquero y su pelotón de abogados
extorsionó, chantajeó, persiguió, y aniquiló,
a casi todos sus enemigos.
De rodillas gimió como un niño cuando se enfrentó
a su pelotón:
de fusilamiento.

El inocente afilador repasó los cuchillos
de las abuelas del valle
durante tres décadas.
A todas pasó a cuchillo cuando le asignaron
la limpieza de la enfermería de campaña.

El ecologista marino fotografió con sentimiento
el manto de posidonias.
También se entusiasmó con los modelos prestados por
el afilador, el cómico, la pianista, el cura, la panadera,
el profesor.
Auténticas naturalezas muertas para siempre inmortalizas.

Qué desconcertante paradoja.

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