martes, 1 de diciembre de 2009

PERCHAS



PERCHAS


Desde que colgué mi uniforme de bombero
a veces torero, a veces toro
he perdido el norte surfeando entre partículas de inexistencia.
Llevo en mi maleta un puñado de botellas,
ya vacías,
y media docena de agendas,
por llenar.
No están los compromisos donde deben.
Sólo beben, no me ven.

Camino dando patadas al balón de la estulticia
raquetazos a la pelota de los pelotas
puñetazos a los que hacen la puñeta
escopetazos a los que sin dar la cara escapan.
No son bastantes.
Me quedé sin cartuchos hace tiempo
ahora les tiro piedras.
Es la vida de la guerra
o la guerra de la vida.
Nunca sé qué es lo primero.

Desde que colgué mi hábito de monje
en el ropero de la abuela,
alcanfor por todas partes,
he sentido la necesidad de cambiar de hábitos.
Menos bostezos, menos rezos. Menos tropiezos.
Más horas son las que estoy despierto sin quererlo
más los días desoyendo lamentos,
propios y ajenos.

Desde que colgué mi disfraz de cocinero,
en esto he de reconocer que nunca fui pionero,
echo de menos las asa durillas de disgustos
las manos de pianista,
un poco flauta, un poco flautista,
las vísceras de carne cruda de enemigo:
troceado, desmembrado. Bien picado.

Desde que renuncié a mi bata de profesor de imbéciles
casi añoro las discusiones banales
sobre asuntos superficiales
en la siempre incómoda compañía de los idiotas.
Nunca me sentí libre rodeado de fronterizos
al síndrome de Down y la parálisis cerebral.

Desde que me deshice de mi delantal de pastelero
echo de menos la vida dulce, almibarada
fácil, regalada.
Los años con cobertura de chocolate
los días de vainilla
excitantes momentos de gelatina
nerviosa, bailarina. Cristalina.
Aquella transparencia nunca volverá.

Desde que arrojé a las vías mi gorra de jefe de estación
echo de menos el poder del silbato
el gobierno que sobre las vidas de los otros
ejercían mis banderolas agitándose
contra el fondo gris de las paredes.
Interrumpiendo despedidas,
cortando besos, abrazos.
Algún sollozo.
Marcando los tiempos de salida hacia el adiós.
No hay mayor satisfacción que la de separar a dos.

Desde que me dio por hacerme preguntas
no cesa de crecer el vacío que dejan las respuestas
a medias.
Los silencios que arrastra la verdad camuflada.
Nuevas preguntas que siempre son evitadas.

Pequeña es la sociedad de los librepensadores
inmenso el universo de la carne de cañón.
Otra vez troceada. Bien picada.

Terminemos de una vez con tanta soflama inútil.


No hay comentarios:

Publicar un comentario