jueves, 14 de enero de 2010

NIDO




NIDO


Acicalándose plumas patas y alas
encontré a un ave viajera:
de largo recorrido.
Y viajada:
por largo tiempo.

Refugiada estaba en su nido de ramas del árbol del paraíso.
Algo cansada, algo herida.
Con el agua de la última tormenta en su piel arrugada.
La debilidad del último esfuerzo sobrehumano,
ya he dicho que era un ave.
Maltratado corazón con los años de dolor.
Por todo para nada.

Mesmerista paciente observador,
dudé un momento, sólo uno,
antes de invitarla a acompañarme en mi viaje.

¿Te atreves? – pregunté.
Si vienes, conmigo tendrás que volar.
No haré ese esfuerzo por ti
No te llevaré sobre mis hombros
No resolveré las dudas de tu mundo
No exploraré tu parte del camino
No lo limpiaré de piedras y sí te ayudaré a hacerlo.
No tiraré de ti y no te dejaré atrás.
Si vienes volaremos hasta que nos falte el aliento.

Con las puntas de las alas en contacto
planearemos sobre las vastas praderas
donde son verdes todos los días que nos quedan.

Haremos tirabuzones en el cielo de la libertad
explorando nubes de enigmas
abrigados nuestros cuerpos en térmicas benévolas de ilusión.

No miraremos atrás
No nos pesarán las dudas de lo que pudo ser y no será.
Nos hizo fuertes el pasado y no nos dejaremos caer.

Si te arriesgas te obligaré a volar
hasta el borde mismo de tu crisis vagal.
Y si mi torpeza no me anticipa tu colapso
tendrás que decírmelo.
Yo también busco mi destino.

Se irguió el ave herida
con el poder de las montañas que surgen de la tierra.
La amenaza de la gran ola que todo lo vence y arrasa.
Con fuerza y elegancia sacudió todas las gotas
y me miró grave, serena y confiada.

Discreta y con desinterés aparente
me analizó con su vista de pájaro nada más verme.

Con la voz de la sabiduría que todo silencia
habló por primera vez:
Ya sé por que has venido. Y para qué.
¡Dame un beso y calla!

De puntillas disimular mi pequeñez intenté.

Sígueme tú –dijo ella.
Si puedes.


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