lunes, 1 de marzo de 2010

NOCTURNO



NOCTURNO


Esta noche pasé por tu casa
Colgándome por los balcones llegué hasta tu cama.
Mi intención, ¡tan clara!: hacerte el amor.

Pero te he visto dormir, con ese sueño inquieto que te dan las pesadillas.
Te he visto agitarte. Casi, casi, lamentarte.
Me he sentado a los pies de tu colchón
y he escuchado lo que entre tus sueños tenías que decirme:
Cuánto te quiero, amor, amor.

Así, a través de los cristales de mis lágrimas,
me he sentido el ser más pequeño de la tierra.

Acurrucada bajo el mar azul turquesa que mece la soledad que te acompaña
suspirabas, preocupada, por saber de mis andanzas.
Conocer todas mis idas y venidas.
Cuánto te quiero, amor, amor.
No marches más, quédate. Quédate conmigo.

Avergonzado, no me he atrevido a despertarte. Cómo hacerlo.
Cómo sonreír viéndote sufrir inútilmente.
Cómo no estar siempre de rodillas cada vez que me miras.

Intentado remediarlo, coloqué tus zapatillas al calor del radiador.
Tu bata bien estirada en la butaca verde montaña.
Tus pendientes, tus bolsos, tus abrigos.
Cambié el despertador por unas campanillas.
El vaso de agua por uno de guayaba.

En tu maleta de sueños me he colado como un polizón.
Y lo has consentido.
Gateando sigiloso me he arrimado al olor de tu pelo, al calor de tu cuello.
Y ahí, muy despacio, te he dejado un beso tibio.
Lo has sentido, sé que lo has sentido.
Una vez más, te he oído:
Cuánto te quiero, amor, amor.

Has dejado de agitarte, había paz en ti.
He pasado la noche cuidando de ella. De ti.
También de mí.
Porque esa felicidad siempre la devuelves.

No me quieras más por esto. No es altruismo.
Es egoísmo.
Cuidando de ti, estoy pensando en mí mismo.

Hoy duerme.
Si me dejas, también mañana calmaré tu sueño.
Si me dejas, si no te vas.

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