jueves, 26 de agosto de 2010

SALTA


SALTA


Aún recuerdo las llamadas de la policía,
las visitas a los jueces,
la amargura del cautiverio en las cárceles de franco.

Veintitrés años de encierro por decir esta boca es mía.
Los poemas de Federico para papel de periódico.
Los de Miguel Hernández para papel de fumar.
Al final siempre lo mismo:
tabaco y bocadillo.
El vino es para los guardias.

Aún veo las tapias y siento en mi carne las alambradas:
los espinos entre los dedos el día que nos fugamos.
Las garitas con los borrachos
el cuerpo de guardia durmiendo.
Todavía tengo pegada a la piel la grasa de las cocinas
y la mierda de las letrinas.
El hedor tanto de una y otra.

El agua tirada en el suelo para no dejarnos dormir.
Los golpes con la culata, las patadas en la garganta.
Las manos amoratadas de colgarnos de las esposas.
Las uñas, todas arrancadas.
El hambre y el hombre:
el dolor que el hombre hace al hombre.

Los cortos paseos del patio
Las amenazas de muerte
Las noches en el armario.
Los largos días de un centenario.

Sobre nuestras cabezas el inmenso azul del cielo.
Los pies pegados a un metro cuadrado de suelo.

Veintitrés años perdidos de vida para que un juez hiciera justicia.
Pero es la justicia un fiero reglamento
mutante según cambia el momento.

Nunca habrá verdadera justicia:
demasiado depende del juez y los tiempos.

Aún tengo clavados en mi los espinos de alambre
del día que nos fugamos.
Nunca lo olvidaré,
porque también fue el día que, por hacerlo,
nos fusilaron.

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