miércoles, 16 de febrero de 2011

RETO


RETO


Revolviendo entre chatarras, encontré a Capo.
Revolvíamos él:
ordenando.
Y yo:
curioseando.

Mediana edad, moreno, hombre sufrido y flaco.
Le vida le había pegado mucho. En exceso.
Treinta años de drogas, la mitad encarcelado.

Las mujeres que un día le amaron, pronto le abandonaron.
Los hijos que éstas le dieron, pronto se los robaron.
Los padres ya se murieron:
de viejos de rabia y pena.
Los hermanos pasaron página. Y a Capo con ella.

Abandonado a su mala fortuna,
a Capo le hizo picadillo la rueda de la fortuna.
Con él se hizo una hamburguesa este sistema de mierda.
Le devoró, le engulló. Y luego,
por ser seropositivo con asco lo vomitó:
hecho papilla de heridas.

Al borde de la muerte agónica, Capo sobrevivió entre basura.
Entre ella, dice Capo, dios se lo encontró.
Yo creo que fue al revés, y él lo descubrió primero.
Ya que dios no se deja ver sino por quien quiere ver.
Por quien quiere verlo.
Pero no discutamos esto, vayamos a lo esencial.

Capo se hizo un bastón con su dios de madera.
Suficiente porque le sirvió:
pues de aquella existencia perdida, salió.
Y se encontró.
Esta vez a él, que es más importante que dios.

Capo ha ganado autoestima.
Y con ello su vida.
Trabaja ahora recuperando lo que esta sociedad desprecia.
Dando un nuevo uso a eso que otros no quieren.
A lo que tiran.
Como lo tiraron a él.
Por eso Capo aprecia tanto lo que vende.
Sabe que todo es cuestión de oportunidad.
Y hay quien no la tiene.

Movido por las circunstancias, ahí me lo encontré yo:
silla arriba, estufa abajo, lámpara de mesa vieja.
Vieja la mesa la lámpara la estufa la silla.
Como vieja es la costumbre de comprar para acumular.

Entre curiosidad y preguntas, a Capo le conté mi historia.
Creyendo que no había otra.

Entre obligación y cortesía, a Capo le pregunté la suya.
Y esa sí que era única.
Violenta dura excepcional.
Descomunal salvaje y cruel como la propia vida.
La propia vida de otros cuando,
por encima de tus pesadillas, prestas atención al extraño.

Capo y yo no nos hicimos amigos, sólo nos confesamos.

Él con su dios de madera, lucha por no morir cada día.
Yo quejándome de mi suerte, mimo mis banalidades.


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