domingo, 3 de abril de 2011

MARIANNE


MARIANNE


Oh Marianne, te encontré llorando en un rincón
del bar más oscuro de la ciudad.
Rota por el abandono y el dolor.
No le importabas a nadie.
Tampoco a él cuando marchó.

Te dejó dos gatos y un jilguero.
Enjaulados los gatos, libre el pájaro. Para estar a salvo.
Él, tú no.

Estabas sucia y ojerosa. Con el pelo enmarañado
y la garganta rota: del tabaco, de la absenta.
El corazón también.
Ningún hombre ya se insinuaba. A ti,
que fuiste la hembra más preciada.
De ello hiciste gala, me consta, ya que
en aquel tiempo me ignorabas.
A mí, que tantas veces te reservé el pan más blanco.
A mí, que nunca me diste ni las gracias.
Arrojabas las monedas sobre el mostrador,
sin esperar al cambio,
y hasta mañana dándome rápido la espalda.
No fuera a comprometerte mi mirada.

Oh, Marianne. Quién te conoció entonces.
Y quien no quiere hoy reconocerte.
Todo lo perdiste por el hombre equivocado.
Aquel que te paseaba orgulloso por parques y plazas.
Que en los salones de baile hacía de ti el mejor trofeo.
Que, seguramente, te amó con egoísmo.
Todo esto se fue. Quedó atrás con el tiempo que barre cada día.

Hoy lloras tu soledad y tu desdicha.
Amargo es el sabor de la traición que, en vano,
tratas de escupir para olvidarlo.
Como no puedes, bebes.
Otro vaso de absenta camarero. Que este yo se lo pago.
Bébete ese trago por mí, y no me des las gracias.
Te devuelvo con él las propinas que dejaste en aquella tienda de barrio.
Que hoy seguro no recuerdas.

Adiós Marianne. Te dejo bailando con tus fantasmas
y hablando con los recuerdos confundidos.
Adiós Marianne.
Hoy solo te queda tu pasado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario