domingo, 3 de abril de 2011

SMITH


SMITH


Sonríe embobado el ferretero
escuchando un programa de radio insulso y anodino.
Tanto vender clavos y tornillos es lo que tiene:
inevitable sacarle punta a todo y darle mil vueltas a las cosas.

Frente a él una clienta gruesa y zafia,
con frecuencia van unidas abandono y malas formas,
bosteza con aburrimiento un pedido indispensable:
me va a poner tres gomas para estirar el tiempo
un cepillo de alambre para el picor de ojos
un martillo de hacer amigos
una mano de plástico para saludar a los políticos
y una báscula para pesar mentiras.
Todo con pilas, debe funcionar autónomo.
Que no estoy yo para atender estos asuntos
y luego no llego a mis clases de mujer pantera.

Entra por la ventana otro cliente.
Un señor bajito con ruedas donde debería tener pies:
siempre quise ser fiel a la expresión pies para que os quiero;
y poner pies en polvorosa.
Con pólvora me los volé. – Se excusa.
Sin que nadie le haya preguntado.

De debajo del mostrador asoma una joven.
Babeante, pelo rubio ondulado.
Ancha de caderas. Buenas tetas.
Molde para neumáticas en su tiempo libre.
¿Qué desea, caballero?
Nada, sólo he pasado a saludar.
Pero si no lo conocemos.
Pues por eso mismo, señorita.

Del fondo de las estanterías surge una abuela
vestida de novia. Arrastrando la cola de raso
entre llaves inglesas y dientes de lamprea.
Se encarama de un salto al mostrador:
¡Usted dirá! –pregunta ininmutable el ferretero.
Y con voz de cazallera se contesta a sí misma:
deseo una trampa para novios,
un tensor metálico antiarrugas y una lima antivarices.
También un peine para recoger el pelo que se cae
y un microondas para secar el gato.

En la tienda de los horrores de Juan, el ferretero,
todo producto tiene su sitio.
También sirven por fax a domicilio.

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