domingo, 31 de julio de 2011

PAREDES


PAREDES


Levantaron las variables de la fortuna,
de la mala o buena fortuna,
el muro infranqueable que partió a medias nuestro mundo.
Cuando a medias era lo mismo que en dos.
A un lado entre las rejas yo.
Al otro tú sin rumbo.

Vivo entre claroscuros desde entonces,
entre votos de silencio y de pobreza,
por los infinitos pasillos de la soledad y el abandono.
En un claustro de pensamiento obsesivo y recurrente.

Una mesa y un jergón desvencijado son mi patrimonio.
En la mesa sueño que no vivo en un mal sueño.
En el jergón estoy despierto por miedo a morir mientras dormir.

No curan las heridas de la última batalla con remedios caseros.
Tampoco de curanderos.
No pasa el tiempo que se lleve estos tormentos.
Ni veo el sol brillar con fuerza ni ganas.
¿Sin ganas él o yo?
No hay un solo día sin tormenta.

Extramuros no sé qué fue de ti.
Dicen cuentan hablan esto y lo otro.
Que se te fue la cabeza y perdiste la cartera en una sola apuesta.
Que trabajas de camarera de alterne.
Y alternas de amantes como de pendientes. A ti,
que sólo te gustaban los discretos:
discretos pendientes, desesperados pretendientes,
por las migajas de tu amor a golpes.
A golpes de desprecio.

Dicen cuentan hablan. Siempre bobadas, qué si no.
Entretanto, yo aquí sigo contando los días de cautiverio.
Esperando que un juez, no sé si sobrio no sé si ebrio,
arroje las llaves de mi cárcel por la ventana:
de fuera a dentro.

Dicen que podré salir un día. Ya sabes:
cuentan hablan. Bobadas.
No habrá punto final a vivir en este infierno.
No habrá solución ni remedio que cure el profundo daño
hecho por tanto sufrimiento.
¿Saben los que hablan de qué hablan?
Sólo el enfermo su mal siente.

Cayeron la otra noche algunas piedras,
del muro que conoces.
Afirman unos que alguien quiso saltar,
¡hacia dentro!
Aseguran otros que fue una mujer de muerte herida.
Hay quien jura, no sé si en vano,
que eras tú.
Que al refugio de este monasterio,
prisión de almas desdobladas, acudías.

He aprendido a dudar de todo, a no creer nada ni a nadie.
A no perdonar ni confiar.
Sé que aún me queda entrenamiento para no desesperar.
Pero si así fue, si al encuentro de un remedio te acercabas,
tal vez la extremaunción del moribundo arrepentido,
piensa que el día que lo hagas aquí ya no estaré.

Buscando una libertad que ya tenías,
y una felicidad que es traicionera,
elegiste el sendero peligroso:
de porque soy libre hago lo que quiero,
porque hago lo que quiero sé que soy libre.

Era el tuyo un suicidio vestido de amapola.
¿cómo es que aún no lo ves?:
al final morirás sola.

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