martes, 9 de agosto de 2011

ARISTOCRÁTICA



ARISTOCRÁTICA


Ella se creyó siempre una mujer atípica.
Por atópica.
Para el resto era más bien típica.
Por tópica.
Nada nuevo bajo el sol azul de medianoche.

En cambio, sí fue una persona sintomática desde que nació.
Y sindromática:
síndrome de Patau, de Edwards y Down.
Trisomías para un mundo menos poblado.

En su afán por la originalidad equivocada,
pronto se vio que era un aniña PKV.
Que al año de vida ya tenía a Tay-Sachs en plena forma,
y a Huntintong haciendo cola:
cola para expresarse con todo su potencial.
Potencia de fuego destructor.

La princesa Duchenne también se unió a la familia:
real por auténtica y jerarquía. Social.
Acomplejada como Golgi
no dudó en establecer relaciones con Korsakoff
alianzas con Klinefelter y pactos con Turner:
¡qué caballero inglés! Y como los anteriores,
otro sindromático de estirpe:
real y cotidiana.

Anny, Anny la princesa de cuento,
Anny la princesa rota
como la llamaban sus amigas,
más altas vigorosas y fuertes,
pero sin pizca de toda su sangre real.
Tan real como azul CIV.
Anny la niña azul como el sol azul de medianoche.

Pero de todos, el peor, el más letal,
contra el que no hubo remedio droga medicina ni curandero posible
el que terminó definitivamente con ella y sus ilusiones
el que empequeñeció los más graves efectos del más grave síndrome
que en cama la había prostrado hasta le fecha.
El que, en suma, nunca superó
fue
el síndrome del abandono.

Anny la princesa Anny la muñeca rota.
Anny la sola.


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