jueves, 5 de enero de 2012

3 DESEOS

3 DESEOS


Caminando por el desierto durante 40 días y sus mil noches sin beber,
tampoco agua, tropecé con el único objeto que de la fría arena asomaba:
siempre fui un torpe, es lo que tiene.
Mordí el polvo, que se dice.
¡Qué mala suerte la mía!, que dicen.

Resultó ser una lámpara de aspecto vulgar pero más oxidada.
En cualquier zoco las hay por docenas a bajo precio y ninguna me interesó.
La guardaré para llevar agua si un día la encuentro – me dije sin mucha convicción.
Al tocarla, una silenciosa nube de vapor salió adoptando la forma de serpiente con cabeza de asno.
Vaya fastidio – pensé. Ya está ocupada.

En ese momento me habló el asno en un idioma que no entendí.
Me lo tradujo al esperanto, que tampoco conozco pero es más asequible a la ignorancia.
No hago estas gilipolleces normalmente – rumió la nube con voz ronca,
claro, de un asno que otra cosa podía esperar,
pero estaba en medio de una pesadilla terrible
y por haberme despertado te concedo tres deseos.
Pide por esa boquita, muerto de hambre. ¡Y alégrame el día!

Siempre había soñado con un momento así, de modo que largué sin dudar lo que ya tenía pensado.
Como quien quiere confesarlo todo y joder la vida a su vecino.

En primer lugar, deseo que la fortuna venga a visitarme más pronto que tarde.
Para hacernos un té y que me cuente cómo son las cosas fáciles.
Nunca hemos sido presentados y ya dudo que exista. Así que tenemos mucho de qué hablar.

Después, que la salud me devuelva lo que al nacer me robó mientras mi madre descansaba.
Solitario en aquel nido sin poderme defender, dejó mi vida marcada para siempre.
Hay quien lo llama herencia genética, pero fue un simple robo: de salud.

Y ya que hablamos de vivir, a la vida…
A la vida le pido sólo que me deje en paz. Y mejor me arreglo solo.
Sin tanta intromisión ni sugerencia ni presión.
Sin tanto afán por gobernar,
mi vida,
y mis asuntos.

Mucho me pides –contestó aquel diablo con intenciones de personaje arrepentido.
Veré qué puedo hacer.

Desapareció ocultándose en la lámpara de nuevo.
Y hasta hoy, que han pasado cuarenta años sin que de aquel encuentro nada trascendiera.

A veces, sólo creo que fue un mal sueño.
Otras, cuando levanto la lámpara del aparador de la entrada para quitarle el polvo,
miro dentro y creo ver la nube de vapor arrebujada en el fondo.
La vuelvo a colocar, y sigo esperando.

Sigo esperando.

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