viernes, 23 de marzo de 2012

DFT






DFT


Aquel hombre de aspecto afable, trabajador e inteligente,
perdió a su mujer el día que le diagnosticaron DFT.
A ella, no a él.
Se derrumbó en un segundo el castillo de una vejez libre, feliz y programada.

Había pasado su vida trabajando, como la mayoría de su generación:
niños nacidos en el inoportuno momento de la guerra en la mitad de su contienda.
Amados a trozos alimentados a ratos atendidos a días.

Pasó la infancia jugando con piedras y balones rotos.
Imaginando juguetes que nunca tuvo con amigos que murieron demasiado pronto:
tifus, sarampión, varicela.
Enfermedades oportunistas aprovechando el desprotegido campo de la miseria.
Campo de trabajo y no pago.

La juventud fue algo mejor:
unos padres supervivientes le dieron la oportunidad de estudiar. De aprender,
cómo se empieza a fracasar.
Interno en un triste colegio de sotanas disciplina y más de una torta,
a tiempo se llamaba entonces. Maltrato infantil hoy:
cosas de la época de ñoñería y abundancia decreciente en que vivimos.
No fue víctima de abusos, de esos abusos, como ningún otro compañero.
Aunque reconozco que me vendría bien para la historia:
aportaría mayor carga dramática y graves trastornos psicológicos.
Y esto ya me da para dos capítulos más.
Se graduó con buenas notas y conducta.
Aprendió muchas cosas que luego olvidaría, como todos,
y una que le sirvió toda su vida: Respeto.

Conoció a Teresa después de terminar la universidad y antes de su primer empleo:  ingeniero autónomo en una multinacional sin prestigio. Como todas.
Se casaron al primer año de salario. Compraron casa, coche.
Dos críos muy monos. Como todos hasta que dejan de serlo.
Él invirtió su tiempo en prosperar. Ella en que prosperaran los niños,
alguien debía hacerlo y por qué no la madre. Aquellos eran tiempos serios.

No acertó en las inversiones y varios reveses le devolvieron al principio.
Casi al principio. Los años no se recuperan y más pronto que tarde llega ese día,
en que no puedes volver a equivocarte.
O no habrá tiempo de recuperar lo invertido:
la vida que vale más que los ahorros.

A golpes fue tirando la toalla en los negocios,
como todos los que pierden asalto tras asalto.
Deben ser cosa de otros se decía,
y se refugió en un empleo incómodo con salario justo.
Justo para ir tirando.
Los niños ya habían volado, así,
donde comían cuatro ahora sobra para dos.
Al revés nunca funciona aunque se empeñen y no sé por qué.

Entre días amarillos azules grises, y más de una obra de caridad,
por convicción y solidaridad, nada de apariencias, menos aún aparentar,
vieron ambos acercarse el agridulce momento de la jubilación.
Con tiempo suficiente reservaron pasaje de ida al fin del mundo.
Que no nos encuentren, no hay intención alguna de volver.

Debió confundirse el cartero cuando no le trajo los billetes de fuga
sino una orden de detención y arresto domiciliario permanente.
Ella asiento preferente en el viaje más corto y largo de sus vidas:
destino DFT.
Él de acompañante.
Qué esperaba, ¡nunca tuve suerte en los negocios!, se dijo.
Y qué es la vida sino un mal negocio: otra vez toca perder.
Y con lo que nos queda, ver.

En aquel pesado tren con rumbo hacia lo oscuro dejaron pasar las estaciones:
atrás amigos, atrás familia. Atrás hijos.
Los hijos nunca están cuando se precisan. Ya esto lo sabía:
"una vez entrados en la última boca de túnel ya no les volví a ver".

Se me ocurrió una vez pasar a visitarlos, llamé nadie abrió la puerta:
la habían tapiado desde dentro.
No estamos, contestó una voz apagada de hombre derrotado.
Es verdad, no estamos. Añadió otra de mujer feliz desorientada.

No sé qué fue de ellos. Me contaron que demolieron su casa
para construir unos grandes almacenes.
Y que nadie pudo recordar si allí vivió alguien.

A veces juego a imaginarme que los reencuentro en la sección de caballeros,
o de señoras. Cogidos del brazo dulces ancianos.
O jugando al escondite uno con el otro.
Él le dice no me encuentras en voz alta.
Ella le responde que ya no se acuerda, pero lo intenta.
Creo que, aún en medio de tanta tristeza y soledad, aún sonríen.

Otras me parece oír que alguien me llama desde lo más profundo del olvido.
Y dudo entre si son ellos,

o el culpable eco de algo que se parece a mi conciencia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario