jueves, 7 de junio de 2012

DES-VIVENCIAS






DES-VIVENCIAS


Con frecuencia me pregunto cosas que no debería:
Porque no sé las respuestas.
Porque nadie me va a responder.

Y de los interrogantes inútiles que de mi cuello cuelgan
hay uno que pesa más que el resto. Todo junto.
El mal sueño recurrente que revives ya despierto.

¿De qué me sirvió sufrir por cosas que no tuvieron que ocurrir?
¿Por qué pagar tan alto precio por algo que nunca deseé, ni pedí?
No busqué, me lo impusieron. Tropecé. Caí.
Trampas de tramposos para ingenuos caminantes.
La vida resabiada y retorcida se empeñó en hacerme padecer.
Padecer que no es vivir.

Ningún provecho saqué de todo aquello.
La lección que se escondía tras el capítulo final, corta y aburrida,
ya la conocía:
no he faltado una clase hasta la fecha en la escuela del vivir,
aunque ya me gustaría porque
mira que sobran enseñanzas de las que puedo prescindir.

En el futuro, pretendo no asistir siempre que pueda.
Que la vida bien puede seguir sin mí.
Si a ella no le importo, mutuo es el desinterés.

Mostraré un perfil bajo para no ser señalado:
por los compas, el maestro.
El director de este loco centro imposible para cuerdos.
Que no sepan que existo será mi mejor defensa contra el agravio colectivo,
las envidias de los chicos y más de un desaire femenino.
Los desaires ya se sabe: quitan el aire. Y el hipo,
las botas, la cartera. Todo lo limpian.

En ocasiones vivir mejor es fácil:
basta con que de ti no se acuerden.
Si yo ya he comenzado a olvidarme de mí mismo
¿qué le costará al mundo, digo yo, seguir mi ritmo?

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