miércoles, 13 de junio de 2012

FRIENDS WILL BE FRIENDS


FRIENDS WILL BE FRIENDS


Nos reuníamos en el Caballo Blanco al caer la tarde
después de un largo día de abstinencia.
Dábamos algunos palos, trincábamos algún loro
de cualquier buga molón. La chupa que el pringao de turno
dejaba en la silla del bar. Fardando de prenda rompedora.
Un tirón a la abuela tonta o la calderilla
de una cabina algo escondida.
Pedir pal autobús daba menos pasta. Todo dios desconfía
cuando ve que eres un arrastrado
y no hay manera de que suelte la gallina.

Burlar a los munipas era fácil,
si nosotros no queríamos verlos, ellos menos.
Suponíamos demasiado papeleo para nada. Total
éramos unos colgados de mierda
a los que no querían ni en la cárcel.
Y la pasma ya se sabe, lo suyo es poner multas
que da más pasta y menos trabajo.
No vale la pena romperse la cabeza
persiguiendo delincuentes de barrio:
no aportan prestigio ni sale en los noticias.

Pero después de otro puto día, ahí éramos felices.
La nuestra era una felicidad abotargada, ausente e intravenosa.
En el Caballo nos metíamos unos picos de caballo que ríete tú
de Buffalo Bill. Cruzábamos la ciudad y el planeta entero
a toda hostia. Como un reactor.
Y sin movernos del banco, porque una vez pasada la jeringa al colega
cada uno se tumbaba a contar nubes.
En esto el Cachi era más el más listo. Nos volvía locos a todos.
Más aún.
Lástima que un día se atragantara con una y se ahogó.
En una nube de azúcar.
La Trenzas le siguió poco después. Hostia,
aquel sí que fue un mal año.
Se nos largaron tres sin darnos cuenta.
Al Lou, le llamábamos así porque se reventaba las orejas
escuchando a Lou Reed a todas horas,
le machacó las tripas un bus de cercanías.
El muy capullo quiso bajarse en marcha
y las ruedas traseras lo abrieron en dos. Como un melón.
Porque estábamos muy puestos
que si no el muy cabrón nos quita el sueño de esa noche.
Hubo suerte, yo dormí como siempre: alucinado.

Joder, aquellos fueron buenos años.
Para los que aún podemos contarlo.
Nada nos importaba, salvo cómo sacar pasta para pillar buena heroína.
Al Napias se la cortaron una vez con matarratas y, claro,
se fue pal agujero.

A ese camello hijo de puta le dimos tal ensalada de hostias
que le partimos el hígado. Y se vengó bien el cabronazo porque
murió una semana después. Por eso no encontramos a nadie
que quisiera pasarnos material.

El Cojo no pudo soportar tanta abstinencia repentina y un día
le dio por asaltar una farmacia. El dueño fue más rápido que él
y llamó a la policía. No se lo creyó el Cojo, que deliraba,
y la pasma le descerrajó dos tiros en el pecho.
Murió antes de tocar el suelo y fue protagonista en las noticias.
Siempre quiso ser alguien importante, así que al final lo consiguió.
Tal vez fuera él quien me pasó el sida con el último pico que mediamos.

Siete éramos los amigos, ninguno quedamos.
Cinco murieron pronto. Dos lo hacemos a paso lento.
Yo me seco con el sida, y el Broncas en la cárcel:
le cayó el marrón de la muerte del camello, y ninguno le defendió.
Con las drogas no hay amigos.
Nada como la amistad de las drogas.



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