jueves, 26 de julio de 2012

FRANQUICIAS







FRANQUICIAS


Mira que a lo largo de mi vida he hecho yo grandes negocios.
Primero cuando compré la luna, para una amada egoísta.
Me denunciaron por apropiación indebida.
De patrimonio público.

No me fue mejor con mi hotel de los suicidas:
todos marcharon sin pagar la cuenta.

Con el tráfico de armas tuve un momento de respiro.
Se vendían como churros aquellas ametralladoras para niños.
Para dispararlas y para matarlos.
Aprendieron tan rápido y fueron tan eficientes
que pronto quedé sin clientela.
Aún hoy debo indemnizar a esos grandes egoístas:
los padres resentidos.

Ya en la bancarrota y con otro nombre
abrí una tienda de empeños.
El problema surgió cuando comencé a aceptar corazones y almas:
llené las calles de descorazonados y desalmados.
Me quemaron el negocio.

Cambié de producto e inicié la importación de hielo ártico.
Con dos grandes barcos y una tripulación de exconvictos
arrancábamos enormes pedazos de ese oro blanco;
yo lo vendía en las bolsas internacionales.
Se complicó el negocio cuando atrapados en el hielo
aparecieron los restos de una civilización perdida.
Que como se puede ver no estaba tan perdida, sólo atrapada.
Una oenegé oportunista
defensora para la galería de los pueblos en vías de desaparición
me demandó. Por atentado ecológico y lesa humanidad.
Cambié de identidad y atravesé el mundo siguiendo la ruta Julio Verne.
Para comenzar de nuevo.

Aprendí de los errores, decidí apostar por ellos:
monté un circo sólo con enanos.
Esperando que crecieran y forrarme con el milagro.
Todos enfermaron y murieron.
La autopsia revelaría que acostumbrados a las humillaciones
murieron por mi falta de ellas: no alimenté su baja autoestima.
Siempre hay un pariente querido cuando se trata de dinero:
me llovieron las reclamaciones económicas.
Una por cada familiar afectado, y muy unido, a su enano respectivo.

Con tanta fiera humana rugiéndome, consideré que lo mío eran las fieras.
En una enorme granja las crié de todas las especies y razas,
conocidas y alguna desaparecida.
Una pareja de cada.
La idea era vender los cachorros a cualquier cliente potencial:
el mundo entero.
Incluso construí mi propio barco de madera,
y en una charca de grandes dimensiones habituaba a las criaturas
a los viajes trasatlánticos.
Y traspacíficos y trasíndicos.
La iglesia, siempre noble defensora de la libertad y el orden,
dos antagónicos por definición,
interpuso una queja contra mí por plagio
en la sociedad general de autores y ladrones.
Se parecía mi proyecto demasiado al arca de Noé,
y ésta ya estaba registrada.
Tuve que regalarles el negocio para compensar los royalties no abonados.

Soy perseverante aunque desafortunado:
ando dándole vueltas a otra idea que también será un fracaso.
Esta vez no quiero hacerlo solo:
no nos repartiremos las ganancias. Sí las consecuencias.

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