sábado, 11 de agosto de 2012

TEQUILA




TEQUILA


Desde que me emborracho a diario tengo la visión más nítida del mundo
de la irrealidad y de mi vida,
que jamás he percibido.

Será que la visión doble aporta una información desconocida.
O que el alcohol es un buen desinfectante:
limpia mi pensamiento de agentes patógenos y gilipolleces.
Otro virus no catalogado extraordinariamente común y contagioso.

Por eso, tras cada nuevo trago aplaudo entusiasmado
a lo que está por venir.
Como si el minuto siguiente fuera el definitivo.
El punto de inflexión mágico que remedia
nuestras vidas de sobrios aburridos.

Aplaudo y salto de alegría.
Salto en la cocina, en el salón. En el balcón. Ahí,
salto al vacío a ver si me doy la hostia del siglo
que refuerce mis teorías acerca de la mensurable gravedad del ser.
Se equivocó Kundera con su levedad y demás cosas etéreas. Probablemente,
no encontró el licor adecuado.

Abierto en el suelo el boquete pertinente para cruzar el mundo
escarbo con desinterés a ver si encuentro en el centro de la tierra
el centro de mí mismo.
Un par de arañazos a la roca más tarde
decido que no vale la pena. Y quizás sea mejor
seguir perdido.
Pues así, confundido y confundiéndome entre curiosos que se acercan
a ver qué demonios hago ahí abajo donde dicen que se esconden los demonios,
soslayo el compromiso de tener y defender mis objetivos.
¿Para qué quiero yo ir a ninguna parte
si en todas hay la misma puerta hacia el abismo?
Mejor lo esquivo.

Veo en la despensa que ando escaso de existencias:
hay botellas para sólo un par de días.
Estoy por bebérmelas todas seguidas.
A ver si sudando alcohol y llorando alcohol
consigo por fin estar limpio del todo.

Quiero saber si,
una vez alcanzado este estado perfecto de pureza,
amanezco iluminado con la absoluta sabiduría.
Y la paz completa.

Aunque quizás esto dependa
de lo que tarde en socorrerme la Cruz Roja.
Y lo que me inyecten en el servicio de emergencias.


©CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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