miércoles, 5 de septiembre de 2012

MENSAJE DE URGENCIA




MENSAJE DE URGENCIA


La presidenta de la asociación de consumidores,
de consumidores de su tiempo,
anunció a los miembros que dejaba el cargo.
Por la carga.
De sacos llenos de peticiones, exigencias,
decepciones y alguna chulería inesperada.

Lo hizo con un mensaje en una jarra de cristal bajorrelieve,
limones y algo de arena dentro.
Desde la isla de su soledad de presidenta,
por su riesgo y por su cuenta.

¿Por qué fuiste, no sabías lo qué hacías?
Reprochó un cangrejo ermitaño.
De los que nunca salen de casa. Ni de su asombro.

Recibido el mensaje por un Rodolfo langostino cualquiera
y tranquilo
de los rojos bien rojos tomando el sol a su antojo
repartió copias, no muchas,
a asociados y curiosos. Los últimos los más interesados.

Reunidos los cientos de miembros en petit comité
de a tres no más, no vayáis a creer que la convocatoria fue un éxito
en segunda ni en última instancia,
acordaron no tomar decisiones en caliente:
por temor a una insolación de desgana.
Ni actuar en consecuencia:
para evitar consecuencias y efectos.
Desagradables que son los efectos secundarios
que provoca el compromiso:
esfuerzo fatiga cansancio mareos vómitos.
Mejor evitarlos.

Pospuesta quedó por los presentes la respuesta
a una incómoda petición de auxilio in extremis,
¡hecha por la presidenta!

Ignorada por los miembros ausentes
más interesados en contar granos de arena bajo la toalla:
¿Tiene más el vecino que yo?
¡Venga aquí señora presidenta
y resuelva este agravio!
Que si usted no compara yo sí que lo hago.
¡A la voz de ya que está usted tardando!

-No puedo. ¿No veis que estoy sola en esta isla desierta?

Del fondo marino ascendió un pez globo flotanto.
Claro así cualquiera se quejó el ermitaño.
En la boca un anillo en la aleta un collar en la cola una pulsera.
¡Todo de coral!

A la isla penetró el pez globo volando.
Así cualquiera se quejó ahora un albatros.

-¡Señora es para usted! –dijo el pez.
-¿Para mí, por qué?
-Es un premio de consolación
a quienes ya no esperan ser consolados por nadie.

© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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