miércoles, 5 de septiembre de 2012

PUEDE QUE SÍ, PUEDE QUE NO (relato corto)


PUEDE QUE SÍ, PUEDE QUE NO.


-Puede que sí, puede que no.
-¡Vamos mujer, deja ya ese juego! Sabes que mañana regreso a mi país.
-Puede que sí, puede que no.
-¿Qué puede que sí me los des o puede que no regrese? ¿O es al revés?
-Te lo daré si prometes una cosa.
-Puede que sí puede que no.
-¡Eh! El juego es mío! Señor hombre de palabras.
-De palabra. Se dice hombre de palabra. Y eso sí soy.
-No. Yo digo de palabras.
-¿Una costumbre vuestra antillana quizás?
-No. No utilizan esa expresión por aquí. Y no te lo he dicho, pero mis primeros recuerdos conscientes son de Venezuela.
-¡Hay tantas cosas que de ti no sé!
-Porque te enredas con las palabras y no haces las preguntas adecuadas, rubito de caracoles blancos. Bueno, con las palabras, las letras las comas los puntos. Todo, te enredas con todo.
-Tú eres la que me enredas con esa mirada negra ese pelo negro esos labios… ¿Cómo saben tus labios?
-¿Ves mi niño? A esto me refería. Tu mayor enredo son los interrogantes. ¡Llevas un collar lleno de ellos colgando del cuello!
-¿Yo? ¿Y qué me dices de tu melena con admiraciones negras profundas?
-Mis admiraciones son profundas, mi rey. Pero no negras. Yo, soy muy transparente. ¿No me ves?
-Es verdad. Tan transparente que no te veo. Pero te oigo, y te siento. Sé que estás aquí conmigo. Y eso, casi me basta.
-¿Casi? ¿Qué significa eso?
-No sé tu número.
-¡Y dale!
-No sé tu nombre. No sé quién eres, ni dónde vives. De dónde vienes. ¿Vas a algún lado? Por no sabes, no sé ni dónde estás.
-Aquí, aquí. Estoy aquí. ¿No me sientes?
-Sí, y casi lo siento.
-¿Lo sientes? Ya te has enredado, no te entiendo.
-Siento que este mes aquí contigo ha sido
-¡No sigas! ¿Una pérdida de tiempo?
-¡No, no! ¡Apresurada antillana!
-Te dije venezolana, mi niño.
-Pues eso, pero esto son las Antillas y me confundes.
-No puede ser. Ya ves que soy transparente.
-Pero tu transparencia es confusa. Y además no, no te veo.
-Eso que has dicho podría ser un oxímoron: transparencia confusa. Mi rey.
-Uhm. ¿Transparencia difusa? ¿Te vale como animal de compañía?
-Más que tú sí. Llevamos sentados aquí un mes, esquivando los cocos de los árboles, y aún no me has tocado. ¿Por qué? ¡Estás hundiendo mi autoestima! Y no tienes derecho. ¿Sabes cuánto tiempo y dinero he invertido en levantarla? Y casi me engancho a los antidepresivos.
-Lo siento, no quería ofenderte. Soy hombre de palabras, tú lo has dicho.
-¡Pues más acción y menos reflexión! Estoy cansada de que me hablen, me pregunten, me canten, ¡me lloren! Incluso de que me admiren. Pero no me toquen.
-Mi enigmática melena negra… ¿No ves que eso ocurre porque no te ven?
-Ahora has hecho una cacofonía. Te digo que te enredas con las palabras. Y puede que no me vean pero… Sé que me sienten. Hay quien incluso me sienta en sus rodillas y susurra una canción. ¡Ni que yo fuera una niña!
-No se lo tengas en cuenta. Quien lo hace es porque está perdido. No sabe cómo seguir en esta vida de fabulación y engaño.
-Y confesión. A veces, me confiesan unos secretos que me ruborizan. Mira, mira. Sólo recordándolo se me eriza
-¿El qué? No insistas, transparente no te veo.
-Perdona, lo olvidaba. ¿Y cuándo has dicho que te vas?
-No lo he dicho. Mañana. Me voy mañana.
-¿Por qué tan de repente? ¿No dijiste que estaríamos juntos el tiempo necesario?
-Y así ha sido. El necesario. Terminé la tarea que vine a hacer aquí.
-¡Me has utilizado! Como todos. Me usas y me abandonas. Creí que tú eras distinto. Dijiste que te gustaría llevarme contigo, estar siempre a mi lado. Ir donde tú fueras. Soy una tonta, no sé cómo no me di cuenta si sólo eres un hombre de palabras.
-De palabra, se dice de palabra.
-No, ¡no! Sé lo que estoy diciendo. Eres un hombre de palabras, hablar hablar hablar. No de palabra: hacer. ¿Entiendes la diferencia?
-Si me das tu número de teléfono, podría llamarte. Es más, te prometo que te llamo.
-¿Cuándo, eh? ¿Cuándo me ibas a llamar? Sólo cuando me necesitaras. Como todos. Me dejé engañar por tus rizos blancos pero sólo eres uno más.
-Soy albino, no puedo ser como los demás. Estadísticamente hay
-¡Calla! Albino pero como los demás.
-Eso es una paradoja porque
-¡Cállate! ¡Cállate! Ahora sé por qué viniste aquí. Querías una historia, con algo de aventura, de intriga, de amor. ¡Incluso de pasión! Y yo te la di. Soy una tonta. Debí suponer que cuando la tuvieras, tú también te irías.
-Sí pero si me dieras tu número de teléfono podría llamarte y
-¿Cuándo?
-En cualquier momento.
-¿Sabes cuándo son esos momentos?
-Bueno, pues…
-Yo te lo diré. Cuando te sintieras vacío, o perdido. Cuando tuvieras ganas de hablar y quisieras transmitir tus sentimientos, tus emociones. Tus angustias tus miedos frustraciones. Todo lo que te atormenta y no sabes cómo arrojarlo de ti. Entonces me ibas a llamar. Para usarme y luego olvidarme.
-Yo no, de verdad. Yo soy diferente yo
-¡Basta ya! Aquí tienes mi número, sé que estoy condenada a vivir en este mundo irreal. De fantasía, de soledad y tristeza. De episodios breves en vidas prestadas. Luego nadie me recuerda una vez que ha pasado la necesidad. Satisfechos, ya me olvidan. Y nadie queda a mi lado en esos días, ¡a veces años!, en que no soy indispensable. Asumiré mi destino, sólo soy una musa. Anótalo y vete.

Pepe, el de la botella que había colocado a su esposa en el mejor ayuntamiento del país estaba pasando por una mala racha. Recién divorciado, sin dinero y deprimido, no había podido escribir una línea desde su última novela de viajes “Un Paseo en Antillanas”. El error fue de imprenta porque el título era Un paseo en chancletas por Antillas, y lo que empezó raro acabó siendo un rotundo fracaso editorial. Desde entonces, el editor presionaba amenazándole con no publicarle nunca más si no escribía un nuevo libro para después del verano. Pepe miró al calendario: 1 de septiembre, festividad en varias partes del mundo. No en el suyo. Y el taco de folios blancos aún con celofán acumulando polvo en la mesa del comedor de la pensión. Aquel ambiente no era propicio para la intimidad ni la introspección.
Cogió su cuaderno de notas, su bolígrafo de la buena suerte con el que firmó los papeles del divorcio, las deportivas de paseos rápidos air suspensión, el móvil y las llaves del coche. -Ando escaso de inspiración, necesito que me dé el aire a ver si me trae las musas.
Estaba en el ascensor cuando se dio cuenta de que aún guardaba el número de la musa morena en su móvil, la que le sirvió para el libro de viajes que si bien no funcionó, era su última esperanza.
Se acercó al coche, puso el móvil en el techo para extraer las llaves del bolsillo, abrió entró tiró las cosas en el asiento trasero arrancó marchó acelerando buscando una zona tranquila. Apropiada para llamar a la musa con algo de esa intimidad que no tenía en la pensión. Le pediría excusas, esto siempre es un buen comienzo: sumisión. Le diría que no iba a volver a ocurrir, una mentira piadosa conveniente; le invitaría a un refresco, ella no bebía le saldría barato el acuerdo; y a pasar veinte días con sus veinte noches hasta el primer día del otoño. Así tendría su libro en plazo y no se quedaría en la calle sin editor ni pensión. Estaba a punto del hundimiento definitivo, era indispensable sacar ese libro o el editor le daría una patada en el culo. Ya iban 3. Editores. Y patadas.

Aparcó junto a un frondoso castaño que resultó un hermoso fresno, una hermosa mañana una hermosa vista a un hermoso mar de plata. Encendió un cigarrillo, abrió la puerta del coche y

-¡Hostia! ¡El móvil!


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


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