viernes, 11 de enero de 2013

CAVANDO ZANJAS




CAVANDO ZANJAS


Ella dejó de estudiar en el séptimo grado
de aquel programa de estudios sin grados ni dependencias de partidos.
Eran otros tiempos, quién sabe si más serios.
En realidad no estudió nunca por eso en el primer filtro serio
que criba holgazanes de hacendosos no pasó.
Desde niña quedó en el lado donde malviven los perdedores.
Y se perdió. Muriendo.

La suerte acompaña a quien la busca. Dicen.
Que es una oportunidad bien aprovechada.
Dicen también.
Todo mentira, o se llamaría programa y no suerte.

Ella no tuvo ni lo uno ni lo otro. Y a fuerza de golpes
fue cediendo en el combate diario de vivir:
besó la lona muchas veces. Todas con ganas de morir.
Tampoco aquí hubo suerte:
veinte años a hostias parecen no haber sido suficientes.
Para el que las reparte.

Hoy arrastra tres hijos dos exmaridos veinte kilos de sobrepeso,
quince cartas de despido.
Otros tantos kilos en el alma. Los peores,
que a éstos la dieta de la escasez más los engorda.

Basta con verla para saber que está desesperada.
Aunque para ello primero hay que mirarla:
nadie está por semejante esfuerzo.
No sé si es indiferencia o dolor,
pues sólo una aguja cambia nuestro tren de vía en un momento.
Y cómo aterroriza.
De tanto ver pasar vagones a reventar de perdedores,
con destino al implacable futuro sufrimiento y muerte,
tememos que al próximo nos suban sin pedirlo.

Ella no pasó el corte en el primer envite de esta vida de azar y apuestas.
Pero tarde o temprano todos vamos cayendo por las grietas
que bajo nuestros pies abre voraz y despiadado
el cruel destino.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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