domingo, 7 de abril de 2013

MARE NOSTRUM



MARE NOSTRUM


Mare nostrum de cada día que estás en los cielos
santificado se ha tu infierno
que el mar embravecido y revuelto de la ira de los mercados
ha dejado desposeídos desarraigados y muertos.

Con la temeridad que nos caracteriza y falta de miedos
habíamos decidido invertir en bienes y raíces afirmando
que éste era un buen momento.
Con la soberbia que les caracteriza y su derroche de medios
han dicho los expertos que no.
¡Pisha, que este es un mar momento!

En consecuencia y como no podía ser de otro modo
tú te has ido a vivir al centro mismo, del mar muerto.
Entre algas peces de colores grises catamaranes y plásticos
quieren construir un imperio hotelero mediático.
A salvo de tempestades y con tsunamis por encargo
provocarán el oleaje que satisfaga a los VIP
-que entierre a la chusma bajo el mapa de cartón del mundo subastado barato-.
Con crestas de cinco metros y espuma merengada
-acostumbrados que están a surfear en acciones y rebozarse en la arena,
dineraria-
nada les parecerá un exceso.

Nosotros, bajo la superficie
en caballitos de mar cabalgaremos por praderas de posidonias
conteniendo la respiración para no explotar de alegría, o dolor;
menos aún molestar.

En los atardeceres lánguidos por el exceso de las emociones fuertes
el disco rojo del sol se oculta tras el horizonte salado
y un mar inquieto y lleno de dudas nos sobrecoge.
Durante el sueño nos sobresalta:
el miedo de haber perdido la sobreprotección del estado paterno.
También éste los tiburones del mar,
del mare nostrum de cada día que es este mar que parece estar muerto
y en el que sin saber la razón queremos seguir despiertos,
lo han devorado dándose el mejor festín.

Apaga la luz de la mesita. Desconecta el oleaje de la bañera.
Desenchufa el proyector que pone en tu techo el mar intenso de los Sargazos.
Duerme hijo mío en paz contigo mismo y con los demás,
quizás,
que el mar profundo y de la noche negro
calme tu sueño y tu malestar.

Tal vez mañana tras la ventana
la brisa fresca del amanecer
el infinito azul del cielo fundido en el mar

el picor suave de la arena en la cara
el olor a sal como sólo huele esa sal del mar
el ruido de las olas que nunca es ruido que es un ronroneo

se haga realidad.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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