miércoles, 10 de abril de 2013

PANADERÍA


PANADERÍA


Mira pensativa su café cortado: está frío.
Y cuarto mes sin trabajo, ¡pasa el tiempo tan rápido!
–Se dice mientras recoloca su sujetador de tetas modelo envidia.

Dos hijos en edad de gastar y un marido en edad de matarse a trabajar,
con sueldo corto no hay quién viva.
¡Maldito cabrón debería abandonarlo! –se aconseja sin asomo de culpa
ni valor para tomar decisiones complicadas.
O que le complicarían la vida pues ¡qué otra cosa con dos hijos de puta a las espaldas!
Se los podría dejar a él: los trata con cariño y puede manejarlos pero no le da la gana.
Más que nada, por joder.
Y ya que hablamos, de joder sabe mucho de follar lo justo.
Perdió el interés al comprobar, no sin espanto,
que el matrimonio exigía amante único guste o no.

Hace veinte minutos que no escucha a su amiga. Ella,
la que finge ser su amiga pero que la invita todas las mañanas a desayunar
porque el centro de estética no abre hasta las diez,
habla y habla sin parar de gilipolleces y problemas del ciudadano ausente:
aquel que no ve las angustias de los otros ni las padece.
Consecuencia feliz de un gran capital en cuenta corriente.
O no corriente y más singular.

Con marido en buena posición sin trabajo propio e hijos a buen recaudo,
en colegio internos de país extranjero, por los idiomas y tal,
lo que lamenta son sus tetas modelo envidiosa.
El miedo al bisturí y la alergia brutal a los anestésicos.
De no haber sido por este par de desdichas caídas del cielo para amargarle la vida,
ya habría resuelto su conflicto existencial. Con que se amarga la vida.
Busca consuelo en la mascarilla y masaje diario de su esteticién
de confianza… de las de casi toda la vida.
Esta sí que la trata como merece.
Y le depila las ingles de tal forma que la estremece:
nunca había tenido dudas sobre sus preferencias de placer intenso, pero quién sabe.
Tal vez vaya siendo hora de probar. Al marido lo ve poco,
y cierto es que cada día le apetece menos. Verlo, y de lo otro.

¡Ay, perra vida! –se dice en un suspiro que arranca del olvido a la perra de su amiga,
la de las tetas tamaño envidia.
Sí, ¡qué zorra! –le responde con inusitada firmeza.

Queda a ambas saber de qué, o de quién, están hablando.

Más o menos lo que ocurre cada día a estas horas, a las nueve,
en el primer café de la mañana.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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