martes, 11 de junio de 2013

3ª PÁGINA DEL NUEVO PROYECTO LITERARIO









tuviera un proyecto, incluido o preferiblemente, marcharse del país. Así, en la calle la campaña pasó a llamarse: De desalojo. Querían echarnos a todos. Empezando por los improductivos.







Siendo yo un miembro destacado y activo de la clase media desencantada, vi en la opción un salvavidas con que cruzar el océano: el primero en la fila el día de lanzamiento. Y el último, porque para las quince horas ya se acabó el dinero. Y la jornada laboral de funcionario, tal vez por eso que nunca se sabe. Otra oferta de lanzamiento del gobierno que se quedó en propaganda. Otro corralito de esperanzas frustradas.







No perdí tiempo. Con el dinero en un cheque, en un cibercafé del barrio turco compré por internet el primer billete disponible para ese nuevo rumbo. Leí en algún suplemento semanal de aquel tiempo en que los grandes periódicos vendían periódicos con excelentes suplementos y no maravillosas sartenes, porque los lectores tenían presupuesto para periódicos y no sólo sartenes, que en Australia era fácil encontrar trabajo. De pastor.







Grandes extensiones de suelo semiárido hacían de esa tierra un lugar sólo apto para cabras. Beben poco y comen cualquier cosa. También alguna oveja, más exigentes con la dieta compensada con menos mala uva. La leche era o buena en ambas según la época; y la docilidad siempre fue un valor en alza. Por razones que entonces no comprendí me quedé con el mensaje. Algo así como el hombre Marlboro pero con un ganado más pequeño.







Con la tinta del billete aún caliente de impresora, y la cabeza más caliente de un futuro en perspectiva, me lancé a las ofertas de empleo. Sección Actividades rurales, subsección Apartados del mundo, categoría Extrema. Ahí estaba él, el empleo de pastor en uno de los espacios habitados más alejados del planeta, con una oferta que bien podía llevar varios siglos expuesta sin cambiar una coma. Es lo que tiene la tradición, no cambia ni por empujes.







Y ahí estaba yo, pinchando I Accept con una tecnología que para cuando dijera Send ya estaba obsoleta. Difícilmente extremos tan alejados se podían dar la mano. Pero así era el caso, en toda su extensión.




La tarde de mi revolución silenciosa me di un lujo merecido: té con pastas y una copita de otzberg magen. No conozco revulsivo mejor y más apropiado para la ocasión. Te abrasa la garganta como un incendio y el estómago como un volcán, pero si debía dar el salto al tipo vaquero duro
















© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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