domingo, 16 de junio de 2013

COMITÉ DE SABIOS. Parte III



Posterior a esta entrevista, una agria discusión con un experto en artes marciales que defendía su aplicación para corregir parámetros extremos de conducta insoportable, traducido: al que se pone tonto dos hostias. Terminé el día con un chat a tres bandas que me dejó exhausto. En el margen izquierdo de la pantalla, con un peso de unos ochenta kilos calzón verde y puños de plomo, un visitador médico e ingeniero policlínico defendiendo su reactor pasivo de polimerasa con la vehemencia de un travesti. En el margen derecho y tremendamente irritada por ello, con sesenta kilos calzón rojo y puños de espinas, una izquierdosa becaria aprendiz de feministra y doctora en derecho inconstitucional que había demandado al departamento por delitos contra la salud inorgánica. Decía en su acusación que nuestro marcaje sistemático de moléculas no respetaba la libertad de la materia para elegir su anonimato, y por ello suponía una lesión en su integridad cuántica. Creo que la muchacha leyó demasiado a Plank y se hartó de espaguetis a lo Feynman. Además, tanta jerga jurídica siempre me aburrió. A Mayor Abundamiento: La Detesto.

Me quedé sin almorzar aquella mañana por falta de tiempo. La que sin ser extraordinaria sí fue rara, por lo que al regresar al coche y ya sentado dentro, abrí mi maletín de trabajo sobre el asiento derecho. Dentro de él, junto a docenas de documentos científicos pendientes de aprobación y manchados de mostaza, mi redactora era una enferma de las hamburguesas; varios folletos de viajes por el cuerno de África, de mi dulce esposa que fue una gran aficionada a las causas comunitarias; y juegos de llaves de despachos que había perdido, mis colegas nunca superaron la envidia por mis capacidades y conjurando a mis espaldas me robaron uno tras otro; aguardaba el delicioso almuerzo preparado con ternura por mi santa: tarta de cerezas separadas en periodo de reflexión con matices de amor fundido sobre lecho nupcial crujiente al aroma del primer beso con una pizca agria del último.

Era una gran repostera, pero el nombre dado a aquel último invento suyo me hace sospechar, aún hoy, sin no había un mensaje oculto en todo ello. ¿Estaba mi matrimonio en peligro y no lo supe? ¿Me lanzó un mensaje subliminal de advertencia? ¿Era ella feliz? ¿Lo era yo? ¿Mis amigos? ¿El gato? ¿Los peces del acuario? ¿Las drosophilas de la fruta? ¿Los dermatophagoides del sofá? ¿Las moléculas marcadas del día anterior? ¡Tantos somos bajo un mismo techo que no hay manera de contentar a la familia!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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