sábado, 27 de julio de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte X (relato breve)



En la larga mesa central reservó los ejemplares más exóticos: difíciles de cultivar, caprichosos en sus cuidados, espectaculares en sus resultados cuando había éxito. Pero su naturaleza investigadora la empujaba a experimentar, a combinar genes rediseñar células alterar colores remodelar formas modificar su estructura y productos proteicos. A inventar, crear. La mesa central sería su laboratorio, su teatro de operaciones secreto. Quién sabe lo que saldría de allí, pero la sola idea del riesgo y el descubrimiento entre conducido y serendípico, le entusiasmaba.


Fausto seguía con la producción de angelitos negros, ahora tenía un gran pedido para Sudáfrica quién lo iba a decir, lo que sumado a la progresiva disminución de las visitas, éstas habían caído en medida inversamente proporcional al ascenso de los royalties, le proporcionaban el tiempo libre suficiente para sí misma. Y las flores: un sueño por fin hecho realidad.

Terminada la plantación, riego y abonado de todo lo comprado, y una vez que los ejemplares mostraron evidentes síntomas de enraizamiento, evitaba la palabra arraigo por considerarse ella misma una desarraigada, se zambulló con frenesí en el habitual corta y pega del investigador. Instaló microscopios, centrifugadoras, cámaras de vacío, hiperbáricas, criogénicas, equipos de rayos equis, gamma, cavitadoras, agitadores, su favorito por el nombre de tendencia revolucionaria, más todo aquello que consideró indispensable en una primera etapa de desarrollo cuyos nombres ya producen alarma. Para la obtención de resultados no escatimó en gastos ni medios. Ni siquiera llamó a un técnico para activar todo aquel aparataje como era recomendable: en una noche de insomnio nervioso se leyó, y aprendió, todos los manuales. A la mañana siguiente era una experta combinando tecnología punta para objetivos insospechados. 


Comenzó seleccionando células de Cestrum nocturnum, esas pequeñas cápsulas de información y procesos que posibilitan el milagro de la vida desde el liliputiense universo de los ácido nucleicos y sus grupúsculos moleculares vecinos. Agitadores todos que traducen el texto del compañero en uno nuevo y lo pasan al siguiente hasta alcanzar el espacio exterior. Su espacio exterior: aire, tierra o agua. Automatizando etapas que un día surgieron de la combinación azar-presión ambiental. Reaccionando, combinando, elaborando los productos químicos fundamentales para la supervivencia. Y todo ello sin unas directrices marcadas ni un programador superior que dirigiera el camino a recorrer o trazara un objetivo alguno. Si la biodiversidad había alcanzado tal nivel de especiación y complejidad de forma tan aleatoria, ¿qué no podría lograrse con un inductor externo? Algo o alguien que ya tuviera un fin determinado y un método de trabajo específico.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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