miércoles, 2 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LV (relato alargándose)



-¡Farsante mentiroso! ¡Eso lo sabe todo el mundo! Basta con leer las crónicas de la zona. ¿Pero es que nos ha tomado por idiotas? ¡No hemos luchado en una guerra para cobardes como usted!

-So ein Fleigling! ¡Ni siquiera se atreve a mirar y pretende hacernos creer que ha subido por ahí!

-Unnützer Kerl! ¡Venga aquí ahora mismo y cuéntenos la verdad!

-¡Oiga, le digo que me suelte! ¡Me da igual si no me creen! ¡Yo me marcho!

-Verlogen… ¡Váyase! ¡¡Mentiroso y cobarde!!

-¡Ya está bien tanta tontería! ¡¡No me insulte o…!!

-¿O qué? ¿Nos vas a pegar? ¿Tú solito? ¡Que ni te atreves a mirar ahí abajo! Saca los puños si tienes agallas. ¡En posición!

-¡Repugnante vejestorio desconfiado, estáis todos envenenados! ¡Peor cuanto más viejos!

-¡Oiga joven inútil! ¡Nos merecemos un respeto!

-¿Por qué? ¿Por seniles?

-¡¡Ven aquí!! ¡¡Ven aquí que te voy a enseñar a tratar bien a la gente!! Geben Sie ekelhaft!! Undankbare!!

-¿Pero qué hace? ¿Está loco? ¡¡Suélteme!!

-¡Que vengas te digo, mentecato! ¡O te arrastro yo hasta el barranco y te asomas a la muerte como un hombre!

-¡¡Eso es!! ¡¡Agárralo bien fuerte que le vamos a dar una lección!! ¡¡Las balas!! ¡¡Las balas del enemigo tenías que haber sentido en la cara!!

-¡¡Suéltame viejo estúpido!! ¡¡Pero qué se ha creído!!


Fausto y Adolf se enzarzaron en una pelea. Agarrones de uno, empujones para zafarse, del otro. Con la ayuda de Smitz al que también involucró en la trifulca, ambos ancianos consiguieron arrastrar a Fausto hasta el extremo del barranco como habían amenazado. Pero éste, más ágil y fuerte, se liberó de un empujón. Adolf perdió el equilibrio un instante, y trató de agarrarse a Fausto para no caer. Sin embargo, el chubasquero todavía húmedo se le escurrió de los dedos como pez en la mar. Definitivamente la gravedad, su gravedad, ganó el pulso por la vida y aquel cayó hacia atrás. Pero no al suelo: se fue hacia el vacío, y en un viaje que seguramente no lo hizo gritando libertad, desapareció de la vista.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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