jueves, 3 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVIII (relato alargándose)



Fueron unos minutos de desconcierto, tras los cuales y sin salir del pasmo Fausto se levantó y alejó rápido de allí temiendo ser visto. Aterido de frío desorientado perplejo confuso. Nervioso. En pocas horas había pasado de ser un suicida convencido a un superviviente desesperado, para terminar con un homicidio involuntario y otro asesinato en defensa propia; según el punto de vista: un despiadado ejecutor. Pura pasión y furia. Si vivir es esto, se dijo, esa mañana estaba más vivo que nunca. Aun con dos muertos a las espaldas. Retomó el sendero que le adentraba en el bosque para volver a casa, y recordó su tomavistas. Alegrándose esta vez de no haber grabado nada: si había actos que era mejor ser olvidados, la mitad de lo ocurrido aquel día bien valía ignorarlo.

Una semana pasó en cama. Con fiebres altas sudoraciones frías convulsiones incontrolables y pesadillas insoportables. Soñó que huía que le perseguían que le detenían. Que los familiares de los ancianos le buscaban con una horca. Soñó con interrogatorios con policías brutos con malos tratos de funcionarios con palizas de presos. Con prostitución carcelaria tráfico de drogas colgado de la morfina del pegamento. De una cuerda. Soñó que le extraían la sangre para venderla los órganos vitales para lo mismo. Que le cortaban las manos para comérselas las piernas para los perros los brazos y ojos para los peces. Soñó que subía y bajaba la escalera sin cesar. Condenado Sísifo al tormento de repetir la angustia una y mil veces. 

Al octavo día de convalecencia y décimo de recuperación, dejó de soñar. Eran las quince cincuenta y tres de un medio día lluvioso de un año apático con un gran sobresalto que partió la rutina. Cuando se levantó, cambió las sábanas sucias de sudor y vómito e hizo la cama como de costumbre. En la habitación, con muebles antiguos y algún tapiz raído, tres espejos orientados de tal forma que cualquier leve rayo de sol que entrase por la ventana, rebotando en ellos cruzaba la estancia; espantando la oscuridad como a las moscas. Afuera, un cielo cargado de nubes y lluvia.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE




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