jueves, 17 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIII (relato alargándose)



Qué fácil resulta abandonarlo todo cuando se está dispuesto a soltar lastre: a Fausto le llevó apenas una semana organizar la partida. Dentro del castillo no había mucho que resolver. Deshacerse de toda la comida arrojándola al campo para los animales, tirar los productos químicos de revelado y limpieza, desconectar aparatos eléctricos, cerrar válvulas de agua, anclar ventanas, asegurar puertas, cubrir sofás butacas y camas, aromatizar armarios con flores antipolilla, condenar el tiro de chimeneas, esparcir veneno para ratones, que esos bichos son capaces de comerse una vivienda desde dentro. Y poco más. Del cerramiento de la finca era inútil preocuparse: siendo tan grande resultaba imposible impedir el paso de animales. O curiosos, que también descubrió alguno en más de una ocasión.

En un petate de soldado comprado en el rastro más insólito de la ciudad, metió lo que consideró necesario para la supervivencia en viaje largo: ropa de abrigo botas de repuesto documentación personal navaja suiza brújula y un pequeño transistor con el que solía conversar de vez en cuando; según le fuera el día. Por último, junto a docenas de rollos en dieciséis milímetros, la cámara que cambió por su viejo tomavistas más una pequeña cantidad a su contacto de la galería. Con todo ello y algo de dinero compró un billete de autobús que le acercó al puerto, donde un carguero que también disponía un pequeño espacio para pasajeros le sacaría del país sin que nadie hiciera preguntas. Nada había oído ni leído en prensa acerca de los viejos, pero por si acaso mejor no confiarse. La policía, ese grupo sospechoso que de todos sospecha podía estar detrás de ese silencio y de sus pasos. Poner tierra de por medio era lo más inteligente; o agua, en este caso. Aquel barco en un viaje sin escalas le dejaría en otro continente.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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