jueves, 17 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIV (relato alargándose)


En la escalerilla del embarque tuvo tiempo de retratar la fauna: alemanes suecos italianos polacos noruegos holandeses algún ruso y dos españolas. Éstas, con diferencia las más chillonas. De todos, más hombres que mujeres y pocos niños. Niños, igual que los viejos, observó: una carga prescindible. Sólo un anciano encontró en el pasaje. Por los orígenes parecía que Europa del norte estaba en retirada. O huída como él. Quién sabe cuántos maleantes o convictos o prófugos iban camuflados de humildes pasajeros en busca de fortuna. Si cuanto dejaban atrás era un hogar y sus seres queridos o la miseria de todos los perseguidos por la escasez y la pobreza. Nadie se marcha cuando las cosas le van bien, reflexionó estudiando al gran número de pasajeros, mayor de lo que esperaba y superior a los asientos disponibles. Que el espacio dedicado a pasajeros fuera reducido no quiere decir que se respetase. Con frecuencia, en el maltrato al desdichado todo está permitido, y no hay insulto u ofensa que se resista para todo aquel que tiene la mínima oportunidad de ejercer un poco de alienante poder. La travesía era larga, y sería complicada con esas carencias de servicios y sobreabundancias de abusos.


Fausto desconocía si los demás eran prófugos, pero él sí era un huido así que evitó problemas. Encontró un rincón discreto, en un mamparo de separación. Abajo madera arriba cristal. La celosía, también de madera, con largueros y travesaños para distribución de la luz, y miradas, en cuadrados de treinta por treinta. Del petate extrajo un chaquetón que extendió en el suelo, también de madera y ennegrecido por el uso. El saco sirvió de almohada y un gorro de pana fina sobre la cara para ocultar la luz. En esa improvisada cama estaba dispuesto a aguantar todo el viaje, con salidas únicamente para comer en la cantina o hacer uso de los lavabos.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE



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