viernes, 18 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVI (relato alargándose)



La nave era conducida lentamente hacia el exterior de la bahía. Ya no había vuelta atrás para los arrepentidos salvo volverse a nado. Comenzaba el largo viaje hacia un destino con vocación de cambio drástico y quizás definitivo. Según fuera la fortuna para hacer fortuna: única razón que impele al emigrante a volver a ese origen que lo expulsó: mostrar al compatriota retenido en el país cuántas aventuras y riquezas por cobarde se perdió. Claro que a los que no superaron los trabajos de tercera con mano de obra regalada la miseria los engulló, y éstos nunca vuelven para confirmar al compatriota que no abandonó el país, cuánta razón tenían al afirmar que en todas partes hay el mismo olor a podrido. Pero si el destino tenía para Fausto reservado un camino u otro, ya se vería.

Por el momento estaba haciendo lo que no logró con el suicidio frustrado: huir. Si aquel intento se convirtió en una aventura traumática con desenlace inesperado, la muerte lograda no fue la suya, éste ya se estaba materializando: para huir con éxito primero se ha de abandonar el maldito país del que se parte. Cansado por tanta tensión acumulada y la prisa para resolver la fuga, sintió que por primera vez en muchos días podía relajarse. Se giró hacia la pared, dando la espalda al muchacho, y necesitando reponer algo de paz interior, arrebujado entre abrigo y petate se quedó dormido.


Despierta, ¡despierta! ¡Nos hundimos! ¡Despierta! –el muchacho le tiraba con fuerza de la manga de su chaqueta-. ¡Nos hundimos! ¡Despierta! –El agua helada le empapaba la ropa ascendiendo hasta la boca, pero no podía despertarse, ¡se ahogaba! ¡Otra vez!-. ¡No! ¡Ah! ¡Ah, ah! ¡Qué, qué ocurre!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE




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