domingo, 20 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXI (relato alargándose)



El plano de carga era zona libre. Sólo dos pescantes, escotillas, el anclote, un molinete y demás artilugios de trabajo. Otro par de botes a cada lado, el gallardete al centro y un enjaretado de dos puertas hacia babor; claro que para tener conocimiento de todo esto había que recorrerse el barco, después las bodegas, y que no estuviera la cubierta repleta de cajas de madera de todos los tamaños y formas apiladas en distintos niveles hasta una altura de seis metros. En el centro de la mercancía unos barriles de madera formaban una pirámide de cuatro pisos. Todo bien amarrado contra viento y marea, también literalmente.

En su paseo hacia la fuente del sonido dirección proa bajo la débil luz nocturna del barco, escasa pero suficiente para no tropezar con las paredes, encontraron en un rincón al final del pasillo un buen montón de cadenas y sogas. <>. Donde desaparecerían para siempre hundidos en el fondo y comidos por los peces; sin nadie que preguntara por ellos, probablemente.


Charles observó que a lo largo de las habitaciones de la tripulación cada una tenía un distintivo, aparte del número. Se preguntó si no sería para localizarla más fácilmente cuando tornaran borrachos de la cantina. Hartos de cerveza y ron, y de haberse liado a puñetazos por una mujer o mentar más de una madre. Claro que todo esto sólo era producto de su imaginación. Mientras, Fausto filmaba la oscuridad como podía, pues el creciente oleaje cabeceaba el barco y golpeaba la chapa de acero. Algunas olas saltaban hasta los cristales y cruzaban la manga del carguero por encima de sus cabezas. Recorriendo el techo como una estampida de ratones. La lluvia después lavaba el agua salada y todo volvía nuevamente a su sitio: el mar.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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