domingo, 20 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXII (relato alargándose)



Siguiendo el ruido guía, Charles giró al final del pasillo a la izquierda, dirección cantina. Frente a ambos, encerrados en el puente, las siluetas de un par de personas parecían tener el control de la situación. Al verlos, Fausto pensó si en las entrañas del barco, bajo sus pies, no habría un puñado de hombres tiznados de negro y sudorosos alimentando como bestias la caldera que impulsaba la nave. A paladas de carbón en agotadores turnos de doce horas hasta reventar. Y si alguno fallecía en el esfuerzo, al fuego y listo con él; problema resuelto y combustible para las llamas. Nada de responsos consternados ni funerales hipócritas. Claro que también esto era producto de su imaginación, pues la gran hélice del carguero era rotada por un largo motor de treinta y ocho cilindros atragantándose de fuel oil.

Un relámpago iluminó el barco como el día, y Fausto identificó con claridad el amarre del ancla. Le costaba creer que una cosa así pudiera retener en su posición semejante masa en flotación. ¿Y si el ancla no tocaba fondo?, porque la cadena no era infinita. ¿Es que acaso el peso en suspensión más el rozamiento con el agua eran suficientes? Charles entró en la cantina, Fausto le siguió y cerró la puerta, apunto casi de caer pues tenía una mano permanentemente ocupada con la cámara.

-¿Qué haces? Ten cuidado. 

-Lo siento. Es este barco que no para de moverse.

-Eres tú que no dejas esa cámara. Te vas a tropezar, y entonces tendremos un problema con los de ahí fuera si nos descubren.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE








No hay comentarios:

Publicar un comentario