lunes, 21 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIV (relato alargándose)



Cuando la enorme ola cruzó el eje transversal del barco, se hundió la proa con la misma fuerza que había ascendido, retirando el agua sobre Charles e impulsándola en sentido contrario. Éste rodó por el suelo como un muñeco hasta las piernas de Fausto, donde cual águila clavó sus garras en las botas Bodysaver.


-¡Esto se está poniendo feo, deberíamos volver!

-Merde! Ayúdame!


La cámara colgando por la correa del cuello; asido a la barra con un brazo del otro tiró de Charles y quedaron ambos en pie. Observando el oleaje interior: de juguete pero problemático, arrastrando de aquí para allá pequeños objetos que golpeaban en todas direcciones como cantos arrastrados por el río; chocando con muebles, paredes, ellos mismos. Uno de esos objetos encalló en los pies de Fausto, contra su impermeable bota Bodysaver empapada de agua. Tan llamativamente brillante a la luz de los relámpagos que sintió curiosidad, rescatándolo de su particular naufragio. Una caja metálica de algo más de un palmo de largo por unos diez dedos de anchura y cinco de alto. Lo cazó bajo la axila y propuso: <> <>

Con un brazo portaba caja y cámara, con el otro se agarraba a las mesas para avanzar sin caerse. Charles, más libre de manos pero cojeando y empapado, le siguió malamente hasta alcanzar la puerta. Al abrirla, parte del agua contenida salió al pasillo, corriendo veloz por el suelo de madera hasta desaparecer en una película imperceptible al ojo humano; aunque resbaladiza al pie. Abandonaron la cantina. Abundantes rayos iluminaban el camino de vuelta. Enfilaron el pasillo y a la altura del camarote seis Fausto creyó ver una silueta cazada por el destello de un relámpago. Una sombra pequeña, quizás un niño del pasaje que se había despertado por la tormenta, salió el albergue. Puede que perdido o asustado. Cuando llegaron al camarote seis allí no había nadie.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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