sábado, 23 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVIII (novela corta, de momento)



-Eso, camarotes. El primero es del capitán…

-¿Cómo lo sabes?

-Míralo. Está escrito en la puerta.

-Ah, mon dieu, no entiendo bien ese idioma.

-Si él duerme solo y hay dos personas por camarote, son trece individuos. Ayer cuando subimos al barco había por aquí cinco, así que me falta por identificar a otros cuatro.

-Mon dieu! Eres un detective.

-La cámara, que te entrena para observar.

-Ya lo veo. ¿Y si salimos a que nos dé el aire? Tengo que quitarme este olor a vómito.

-Bien. Vamos por atrás. Quiero seguir investigando.

En el exterior del castillo, justo al lado de los peldaños que descendían al plano de carga donde se amontonaba la mercancía, restos del contenido que el tonel empotrado había vertido: granos de trigo recubiertos de una sustancia marrón. A Charles le llamaron la atención y recogiendo algunos se los llevó a la boca.

-¿Qué haces? ¿Te puedes envenenar?

-Eurêka! Lo sospechaba.

-¿Sospechar, el qué?

-Envenenarme podría ser, depende de con qué merde hayan mezclado esto, pero antes agarraría un buen défonce.

-¿Qué?

-Droga. Este polvillo… mira. Es opio.


Charles deshizo unos granos en la palma de Fausto y una harina ocre humedecida le impregnó la piel. Efectivamente, lo contenido bajo la cubierta artificial era trigo.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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