martes, 4 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 109 (novela corta alargándose)



Una señora de negro riguroso sombrero con tocado falda por debajo de la rodilla medias gruesas también negras y zapatos de medio tacón no se atreve a negarse. ¡Era el capitán! Y ella una mormona convencida y practicante a la que su marido había abandonado… por eso mismo. Y que por eso mismo estaba en el barco: rumbo a una nueva vida con distintos personajes e invariables costumbres. No pudo rehusar la oferta.

El capitán era fiel al lema de una novia en cada puerto, pero con matices: mejor en cada viaje. Para dejarlas en tierra más tarde y salir con su buque zumbando. Fue en una de esas retiradas de emergencia que se ahogó la última amante: al descubrir que su capitán se alejaba del puerto a bordo del barco se lanzó ingenuamente desde el muelle. Al agua. Creyó que al verla chapotear su corazón se ablandaría: era de noche, había poca luz y mucho frío. Aunque sólo fuera por compasión la rescataría, arrojándole un salvavidas que tampoco esperaba más.

Creyó mal porque lo que se ablandó fue su sesera: no la vio el práctico y le pasó un remolcador por encima. Otra que desapareció sin dejar estela de su vida. Pero cuando semanas más tarde su cadáver semidescompuesto apareció en una playa del adriático frente a las residencias de la alta sociedad, las influencias y las autoridades movieron tierra y agua para averiguar su identidad, no fuera a ser la ahogada una de los suyos. La prensa nacional se hizo eco la internacional eco del eco, tanto que un periódico viejo con el que el pescatero envolvió la merluza que vendió al capitán para que el cocinero de abordo la cocinera en su cena, abría primera página con dos fotografías del cadáver, antes y después del suceso. Pura crónica.

Como una espina se le clavó en la garganta de la culpa aquella imagen imborrable, y el capitán renunció a conquistar corazones desde entonces. En su lugar se acompañó de la botella: le daba más coraje con mar brava y menos discusiones al día después. Salvo por un dolor de cabeza insoportable, todo eran ventajas.

Ah… pero Frank… Frank era mucho Frank. Y no podía evitar la tentación de un baile.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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