lunes, 23 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 15



Guerra de engaños de trampas de seducción. Esta parte era la mía. Si el niño perdía la cartera y no podía comprar sus jodidos donuts con coca cola en el colegio para almorzar durante el recreo siendo el único niño desdichado sin su capricho pobrecito qué pena más grande, era yo. Si no encontraba las tareas de la escuela y marchaba sin ellas a que el profe le endilgara otro cate por vago, era yo. Si añadía sal y no azúcar a la leche puag qué asco quiero vomitar, era yo. ¿Desaparecido el mejor de sus bolígrafos, de sus juguetes su videojuego un calcetín? Era yo. ¿Problemas con el agua a la hora del baño, muy fría muy caliente poca presión jabón en los ojos mal aclarado picor en la piel? Yo. ¿Recados de los amigos que no llegan a destino o lo hacen mal? ¿Mensajitos de alguna chica vueltos del revés adiós a la amiga para siempre te odio y probable bofetada? Yo detrás.

Gracias a aquella guerra sin cuartel y silenciosa desarrollé un instinto para el puteo, la jodienda y la venganza que ignoraba poseía. Cada una de mis cabronadas era más sutil y dolorosa. Disfrutaba con el resultado del acto de hacer daño a aquel hijo puta niño como nunca con nadie en toda mi vida. Comprendí entonces el verdadero arte de la maldad y pensé en crear una congregación de maléficas, al estilo de mis monjitas de convento, para reunirnos todas las semanas e intercambiar experiencias. La sede principal podía ser el parque de juegos mientras fingíamos vigilar las actividades lúdicas de esos monstuitos que se nos habían confiado. En su lugar, elaboraríamos estrategias de dolor y sufrimiento para aquellos cabrones egoístas.

Claro que, el adversario no era tonto y tenía de su parte al peor enemigo: el poder. Los padres. Despreocupados comodones y más egoístas que los críos cuya finalidad en esa etapa de su existencia era descargar toda responsabilidad de crianza en los cuidadores y el colegio.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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