martes, 24 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 21



Cuidando no era lo mismo que educando, pues ésta fue una de las pocas responsabilidades que no me fue encomendada, pero haber tenido entre mis brazos, aunque sólo fuese para vestirlos sin quererlos, los próximos skinhead ultraderecha o neonazis me sobrecogió. Y me sentí culpable de genocidio anticipado. ¿Cómo me trataría a mí la historia de convertirse alguno de ellos en el próximo líder fascista? Yo, que solía tener la culpa de todo lo malo que me había ocurrido en la vida, y cuando no me la echaba igualmente, también sería juzgada y condenada por esto. Las horas de confusión horribles que pasé imaginando para la humanidad el peor de los escenarios provocados por estos salvajes a los que había atendido, me tuvo en un estado de ansiedad y nervios tan intenso que casi se me pasa otra vez la hora de regreso a presidio. Pero casi.



A las nueve menos diez de ese funesto día, del día de autos que el cretino padre cínico abogado bautizaría después en su habilidad para retorcer la verdad y hacer de ella algo irreconocible, pulsaba rabiosa, temblorosa y cubierta de tiritas y manchas de Betadine, el botón del aparato electrónico. Timbre que, cuando se trataba de mí, en casa de la divina sonaba algo así como un lamento: <<Ábreme por favor por favor ábreme no me abandones no me dejes en la calleee.>> No he dicho que dormí otras dos veces más en el rellano por idénticos motivos con similares resultados. Nunca tuve llave de esa prisión y por eso mismo: ¿cuándo se ha visto que un reo pueda abrir la reja de su celda?




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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