-Dos con cincuenta.- ¿Dos
con cincuenta? -Sí señorita.- ¿Pero dónde va este
autobús? ¿A Guadalajara? -Casi. La T4.- ¡Jodeeerrr!
Tanto tiempo tanto ahorrar tanto sufrir tanta
soledad… Para acabar donde empecé. El aeropuerto que me recibió abriéndome las
puertas de par en par “a una nueva vida llena de posibilidades”. Una vida de
guantazos, diría yo a posteriori con la contundencia indiscutible de mis datos
empíricos. Tanto tanto tanto. Para tan poco. Seguía siendo una sin papeles. Por
ello huía de la pasma a la menor insinuación de acercamiento, de su proximidad.
Por ello soporté a esa familia de indeseables mucho más de lo tolerable.
Denuncié a aquel cabrón abogado por no haberme
asegurado en cinco años de trabajo y exceso de horas. Quité la denuncia porque
entre su verborrea, sus amenazas de cárcel por inmigrante ilegal, y la ruina
económica que me iba a suponer un pleito contra él, aparte de todos los amigos
mafiosos dispuestos a echarle una mano rompiéndome las piernas hasta dejarme
inválida, me acojonó. Hoy me arrepiento:
no hice justicia conmigo misma. Y me lo merecía, yo, también lo valgo.
Sin embargo, el asunto destapó una realidad: mi
estancia en el país esos años me proporcionó de forma automática los papeles
que tanto necesitaba gracias a una estrambótica ley de Zapatero. ¡José Luis, te
quiero!
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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