martes, 24 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 30



A continuación el cuadrante opuesto. Lo mismo, despacio, dejando que la anestesia le entrara por completo, sin atoramientos sin desperdiciar una gota. Le infiltré toda la encía, superior e inferior. Los labios y especialmente el frenillo que produce más dolor. El paladar blando, el duro, la úvula, las amígdalas, el arco palatofaríngeo, el palatoglosal, el de triunfo el de la puerta del Alcalá, todos los que conocía o me inventé. Con mi jeringuilla bien cargada repasé como en un examen todas y cada una de las partes de la boca que tanto había tenido que estudiar para olvidar después. No en esta ocasión. Con toda la basura que escupía por ahí me pareció que su estado no era tan malo como cabía esperar.

Le infiltré una segunda jeringuilla en la lengua, que despacio se hinchó como un globo. Pronto la boca no le cabía en la boca. Hizo un amago de huída, pero era tarde; la anestesia alcanzó el cerebro y perdió el sentido. Cinco deliciosos minutos observando a aquel ser inmundo hasta que se sumió en el coma. Con el último chupito de anestesia metido en el fondo de la garganta entró en parada. La reanimé, por el prurito profesional y porque no quería que muriese en mi consulta. Ni nunca. Yo buscaba otra cosa. <> -le dije- <>

Una hora de tensión de mi ayudante más tarde se la llevó la ambulancia, perdida ya definitivamente como era mi intención. Se le acabó joder a los demás. Dos días después la policía me llevó a mí.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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