domingo, 22 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 4



Pagado el hotel, su ducha corriente su baño regular su habitación maloliente y su colchón demoledor, marché con las escasas pertenencias del salteador trotamundos a hacerme un hueco en el mundo. Era una gusana, y no sabía entonces que el hueco no sería tumba sino nicho. Con ciento siete euros un bocadillo en el estómago y otro en la mochila de las misiones junto a una fruta bomba, papaya para los no iniciados en el doble sentido de las palabras, me fui pizpireta y saltarina como una muñeca a la agencia estatal de empleo. Nombre ambicioso y críptico donde los haya también conocido como INEM. Ahí una bella señorita tan llena de voluntad como falta de recursos me dio los buenos días, la hora, un caramelo, una colección de folletos, un mapa de la ciudad, una difusa ilusión. Y nada de trabajo. <> -me respondió a mi primer interrogante de loro parlante: <<¡¿Pero no tiene nada de nada?!>> <> Ya he advertido que lo podía demostrar.

Es decir, a tomar por culo por ahí que en la calle siempre hay sitio para otra pringada más dicen que en el metro se puede dormir. Tuve miedo a que me robaran mis noventa y un euros, ¡la vida qué cara está joder!, y me instalé en la línea circular vagón del centro asiento primero. Es más tranquilo los pasajeros suelen acomodarse por inercia hacia el final.


Recordando dónde había dormido la noche anterior, el hotel me parecía ahora un cinco stars tope glamour. Incluso el botones se me antojaba como un tipo macizo de gimnasio. Con sus abdominales y su chocolatina bien perfilada. No sé por qué oscura razón pero los tipos de gimnasio, con su sudor, su jadeo su testosterona a borbotones, siempre me habían puesto cachonda. Puedo decir esto ahora que no me oye mi madre.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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