domingo, 22 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 5



Así que, debo confesar, pasé la noche en la circular dando vueltas agarrada a mi equipaje como una loba. Pensando que quizás no había aprovechado convenientemente la habitación: cabalgando sobre el botones podíamos haber enderezado el colchón; o roto la cama por completo lo mismo da. Y devorando no sin pena nostálgica mi segundo bocadillo junto a mi fruta bomba: adiós hogar adiós. Sentí definitivamente el corte del cordón umbilical con el último mordisco.

Supe que era la hora del amanecer cuando un tropel de gente invadió el vagón y me despertó: hora de currar los afortunados del trabajo mal pagado. Caras muertas de sueño, de cansancio, de aburrimiento, de asco… ¿Y yo buscaba integrarme en ese grupo de sonámbulos laborales? Joder, ¿en qué momento confundimos el diseño del mundo?

<> En la Plaza Mayor me pareció un regalo. Tomé dos: ochenta y siete euros en mi caja para toda una vida.


No sé si fue la cafeína o el subidón de calorías de la porra hiperaceitada pero recordé inesperadamente que mi padre tenía un contacto en España que conocía a unas monjas que quizás… Llamé. A mi madre no a mi padre. Olvidé el cambio de hora y les metí un susto de muerte. A los dos. Como la muerte que casi me sobreviene después: ¡por cinco minutos de conversación diez euros! ¡Joder con el capitalismo! ¡Mamá, ¿a que aquí sí me dejas decir tacos? A todos los países precios especiales excepto al mío. ¿Será por comunista el castigo capitalista? Aunque bien mirado, el precio fue muy especial de verdad: setenta y siete euros en el bolsillo y bajando. Necesitaba inocular un antídoto antes de que fuera demasiado tarde. 



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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