domingo, 22 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 6



Cuatro euros de metro y autobús más tarde iba calle arriba hacia el convento. Efectivamente, el contacto de mi padre, que al final se enteró sin mucho traumatismo de mi fuga con cerebro y le dio casi igual, funcionó. Él era ella, tenía ochenta y dos años aunque aparentaba cien y razonaba como una de setenta. ¡Pura juventud!

Por no sé qué perspicacia notaron mi cara de hambrienta y me dieron de comer: otro desayuno de muerte. Leche pan mantequilla plato de arroz con leche cremoso que era la vida misma, o la muerte pues mataría por otro aquí y ahorita, y una bandeja de pastas de monja que pa qué te cuento. Me hubiera quedado a vivir allí, con esas bondades alimenticias, de no ser por todo lo demás.

Me vieron cara de sueño y me invitaron a dormir. No sé cómo tomarme esto ahora que lo escribo pero entonces ni lo pensé. Tenían razón, para qué disimular. Acomodada en una celda pasé todo el día durmiendo, el jet lag el shock traumático el interrogante colgando del cuello, lo que fuera pero estaba agotada de verdad. Y la noche despierta pensando en lo incómoda que era la celda. Si bien, comparada con el metro la mismísima alcoba del rey. Otra vez, eché de menos al botones imaginario o astro obsesionado de gimnasio. ¡Ahhh! ¡Cuántas oportunidades perdidas de darse alegrías al cuerpo sólo por los prejuicios!


Al día siguiente salté de la dura cama al suelo y del convento a la calle sintiéndome una mujer renovada. Se ve que la vigilia en austeridad activa no sé qué motivaciones y una quiere comerse el mundo. A ser posible antes de que éste se lo coma a ella. Nueve euros cincuenta céntimos más tarde iba por mi cuarta agencia ETT. Que se diferencian del INEM en que la sonrisa es más hipócrita y el personal más chupasangre: convertían la desesperada necesidad de encontrar un empleo en un suculento negocio. Siempre los poderosos estrujando a los débiles… ¡Y yo quejándome del comunismo!


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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