jueves, 28 de enero de 2016

24 h. MÁS




24 h. MÁS


Y suena la alarma. Y radio maría en el despertador y le das una hostia.

La lluvia humedece las ondas y las antenas y se mete maría en tu canal favorito.

(María de la favorita metida en tu cajón de mesilla.)



Enciendes la muerta luz de la bombilla y te asqueas:

el cenicero rebosa colillas, una papelina seca como una paja, un viejo reloj de pulsera,

dos billetes de metro con los que aún rematas tus petas. Eres de la vieja guardia.

Toses te arrancan flemas y nicotina de las entrañas.



Aún no se te han despegado los párpados y ya te arrepientes:

de la noche de juerga del pedo del polvo del tío de mierda

al que se la comiste abriendo la boca como un cocodrilo. Vaciado el cargador

lo despachaste como haces con todos: no te gusta llevar a tu casa esos extraños

para amanecer como dos tortolitos. El de anoche no era sino otro imbécil

cazado por azar en el garito de moda.



Pones los pies en el suelo: pisas tu sucia ropa interior. Dentro, ese olor anónimo

y su recuerdo borrable.

Subes la persiana llueve con ganas en Calle La Paz. No hay ciudad ni pueblo ni aldea

que no tenga una; te respondes mientras el jabón en la ducha te ciega los ojos.



Bragas negras café negro negro traje chaqueta y al trabajo en tu Z4 rápido y negro.

Quemando goma y gasolina no reparas en radares ni semáforos ámbar.

Alguno rojo intenso de multa a nombre de otro.

Con Bloomberg radio anunciando otro desplome en tu bolsa:

tuercen al pozo las gráficas, viran al rojo alerta miles de ofertas.

Reunión ejecutiva a las nueve para que todos sepan que has despedido a dos consejeros.

Uno por intentar seducirte, y conseguirlo:

donde tienes la olla no dejas que te metan la polla.

Al otro… al otro por lo contrario y por eso te ha dado la gana.



Para las diez ya has terminado una video conferencia con inversores de Tokio.

¡Cabrones de mierda! -has gruñido cuando te han negado una ampliación

de capital.

¡Pero qué es esto! ¿Un juego de maricas?

¡Os faltan huevos para afilaros el lápiz sin la firme del presidente!

-les has reprochado. Y así has ganado otro puñado de amigos.



Del presidente ahora recuerdas aquel viaje a Hong Kong.

Aquel ascensor en el Sheraton. Donde te tocó el culo te metió dos dedos

y luego hasta la garganta.

¿O fue al revés?

Y que te hartaste de martinis y él de cava español en el cóctel.

Era lo último en bebidas raras y él siempre fue muy snob.

Además de casado resultón difícil.

Esto te pone pero más la vacante de inversiones: tres días disponible

tras el suicidio de Yohn. Pobre cobarde.



Y por el vaje a Hong Kong de tres días fue para ti hace tres años:

la vacante con todos sus privilegios.

Aún sigues ocupando su despacho: con vistas preferentes a Calle Mayor.

No hay ciudad ni pueblo ni aldea que no tenga una; te respondes

mientras arrojas el inalámbrico contra la pared.

Por la ventana espías comercios de alta costura, joyerías,

tiendas de caprichos caros solo para vosotros los mega ricos.

Y cafeterías pijas y restaurantes cool.

Y policía, mucha policía para protegeros a todos de esa otra chusma que ocupa,

casi invade la calle.

Son pocos pero apestan como muchos: manteros músicos estatuas móviles.

Vendedores de lotería limpiabotas repartidores de propaganda: las nuevas octavillas

de política económica.

Variantes todos del mendigueo.

Curiosos turistas vecinos que ocupan como ratas los pisos más viejos del barrio.

Viejos también los dueños.

¡Qué daño hace la herencia familiar! -te dices cuando los ves arrastrarse

por otra estúpida calle peatonal.

¡Por qué no los echan a todos!

¡Por qué no deportan a los forasteros! -reclamas entre dientes.

¡Por qué vienen a estorbar estos turistas de mierda!

¡Mochileros con zapatillas y pulseras todo incluido! -protestas entre cigarrillos.

Con las yemas amarillas y las uñas, las uñas no que te las hace una asiática del barrio,

mientras ella se intoxica 12 horas al día por 6 euros la manicura.

Han cerrado la calle al tráfico, ¡cuándo la van a cerrar a la vulgaridad!

-te preguntas y quisieras ya la respuesta. La solución.



Casi las doce y hoy no has hecho otra cosa que fumar, hablar por teléfono,

blasfemar contra todos y firmar documentos. Que sumisa casi miedosa

extiende tu tierna secretaria.

Una becaria con sueldo inferior a lo que tú te gastas una noche de juerga,

pero esto qué importa.

Lo que sí te molesta, y cómo lo hace, es que tiene un culo perfecto

y unas tetas bien puestas. La muy zorra de mirada lánguida modosita,

seguro que luego es una comehombres -mascullas cada vez que se aleja.



Te ha cancelado la cita de las trece treinta el director del área de derivados.

Mejor, era una comida de negocios y al personaje no lo soportas:

le huele el aliento y gusta de chistes soeces sin gracia.

Un soltero de cincuenta años con un descapotable del que te han contado

se gasta el sueldo en putas y vinos caros.

El vino te da acidez y las putas, ya se verá si llega el caso.



Dices a la chica simplona y lenta de recepción que te vas a comer.

Quizás a la tarde no vuelvas tienes una reunión laboral extraoficina.



Caminas clavando tacones en la acera como si fueran estiletes.

Te gusta oír el quejido de las baldosas, ¡que se jodan! -te defiendes.

Imaginas que andas sobre toda esa chusma que atesta la calle. Y la corrompe.

La ensucia la despoja de todo glamour.



Pasas por escaparates de estilo con productos de ensueño y precios de locura

pero hoy no te detienes. Tienes hambre, hambre de carne de calle de pobre.

La resaca, tal vez. O tú misma, tal vez.



Te escondes en la última mesa de una hamburguesería take away.

Entre los barriles de cerveza y los lavabos.

A su lado el McDonald´s de enfrente es un local cinco stars.

Pero te llama lo grasiento lo cutre lo degenerado.

Te provoca como a un perro una perra. Perro perra qué más da.



Una doble de carne con triple de queso y mucha cebolla.

La sirve el dueño del local y cocinero. Te conoce bien

por eso nunca te habla: sabe que comes de incógnito que su producto

es para ti lo prohibido.

Que casi te pone cachonda comer en ese agujero.

Embadurnada de mostaza y ketchup

consumes cien servilletas para limpiarte los morros.

El postre lo traes de casa: un óvalo sinuoso y perfecto

de pintalabios rojo pasión tras un tiro en el lavabo unisex

y con las gafas de sol bien caladas más un pañuelo que casi te tapa la cara

te vas, sin más.

Es este regusto por lo incógnito lo que te hace repetir.



Al camarero dueño cincuenta pavos sobre la barra:

diez por la hamburguesa cuarenta por su silencio.

Jamás dirá que eres una buena clienta y esa discreción tiene un precio.



Nueve estaciones de metro después estás con tu contacto en el lounge

del local más de moda de todas la modas.

Negociando algo que está entre la fuga de capitales y de cerebros:

es la competencia y en ocasiones hay que aliarse con el diablo

cuando las ganancias son grandes.

Aquí, serán enormes.



Hay que armar una guerrilla de hambrientos para que derroquen a su gobierno.

Otro país africano sin más trascendencia que sus minas.

(Ya colocáis vosotros las antipersonal.)

Podéis ganar una fortuna con el control de esas materias primas:

la primera empresa explotadora os pertenece a partes iguales.

Nadie puede imaginar tal acuerdo porque ante la prensa sois enemigos.

Acérrimos. Y por esto funciona el acuerdo.

Y por las doce empresas interpuestos entre aquella y vosotros. También,

alguna ONG.



Tu presidente te ha pedido el favor de negociar esta causa

a cambio de cinco cifras en concepto de horas extraordinarias.

Más un plus en acciones.

No adivina que lo hubieras hecho gratis pues la manipulación y la conspiración

te ponen casi como el sexo con extraños en lavabos.

O las hamburguesas grasientas.

O un peta de buena María sin radio maría.

O una raya de nieve.

Lo hubieras hecho gratis pero si te pagan estás dispuesta

a tirarte al gandul que tienes enfrente:

otro madurito tierno de cuarenta y tantos con pinta de estar deseando

engañar a su mujer.



Los casados son tu presas más fáciles: siempre tienen hambre.

De sexo.



Con la posesión de las minas controlaréis el precio del mineral.

Obvio.

Y el dinero caerá como lluvia por la chimenea de vuestras casas calientes.

Si fuera necesario, quemaréis billetes para no pasar frío.



Acordáis setenta millones para armamento y treinta para sobornos.

Un precio justo.



Algo más caro fue desestabilizar oriente medio, pero aunque tarde

arrojó dividendos: las acciones acumuladas en petroleras se triplicaron.

Como el precio del crudo.

Todos contentos.

Salvo el resto: los millones de pringados que sin saberlo os están sirviendo.

El camarero con su infusión de güisqui con menta que ha tenido el descaro

de mirarte las piernas; los seguratas del metro que te han desnudado;

los viajeros adormilados del metro; los invasores que te ocupan la calle;

el chef grotesco de las hamburguesas; incluso, también la becaria:

la de las tetas bien puestas.

Todos os pagan cuando consumen petróleo. Como el resto,

son ciudadanos hidrocarburo.



Dos horas y cuarenta cinco minutos de arreglos y apaños que serán clandestinos

ya te has librado del madurito aburrido. Y estás oliendo la piel de un nuevo Vuitton.

Zambullida de lleno en la zona de compras más chic vas a gastar algo de calderilla.

Para celebrar estos nuevos acuerdos extraoficiales que te harán aún más rica.

Poderosa y temible.

Todo te lo gastas en ti y no sabes ya qué capricho darte.

Será hoy este bolso de cuatro mil seiscientos pavos y unos guantes de quinientos noventa.

Un regalo. Dos.



Par de fruslerías con las que llegas a casa. Dentro del nuevo bolso

un Häagen Dazs; también eres adicta a los helados pijos.

Tras la puerta blindada de tu vivienda esparces por el suelo lo que te sobra:

zapatos medias traje chaqueta blusa.

Con la ropa interior estrenada del día te arrojas a los brazos

de un sofá alcántara y piel flor. Con alguna mancha sospechosa y varios cojines.

Entre tus piernas uno malva entre tus brazos otro vainilla entre tus manos:

helado Yogur Griego & Caramel Passion con Arándanos silvestres y Top de chocolate.

Pura delicia multicalórica que luego quemarás en tu bici de spinning.

Has decidido prescindir del gimnasio por su peste a sudor.



Cuarenta minutos hoy más veinte de cinta y estás metida en la ducha.

Tras ella comienza tu transformación, se ilumina el teléfono rojo:

a partir de las veintiuna horas despierta tu otra agenda de contactos.

La escondida que pocos conocen es la que te da la vida. O lo contrario.



Tus pretendientes recurrentes tus locas amigas tus deseados camellos.



Mientras en las noticias del televisor la oposición critica con torpeza al gobierno,

se arrojan bombas en Kabul y se mueren de hambre en áfrica,

tú preparas el plan para hoy: no será muy diferente al de ayer ni al de mañana.

Una cerveza de trigo negro, una raya de nieve blanca y dos naranjas naranja

son tu cena y tu despertar.

Otro tiroteo en Texas, el terrorista que se inmola en el centro de Roma,

una nueva y desconocida epidemia, la reducción del poder

-¡lo llaman poder! te mofas- adquisitivo de las clases medias

-¡qué sabrán ellos lo que es el poder desgraciados! te respondes-,

el aumento de la mortalidad infantil en Yemen o la miseria en las aldeas de India

no frenan tu subidón. Al contrario:

sabes gracias a este catálogo de desgracias noticiables

lo high very high que tú eres y estás. En estos momentos

ultrahigh. ¡Y a por todas!

Y todos.



Son las diez y has cambiado tu traje disfraz de chaqueta por otro real de golfa.

Aunque eres más golfa cuando eres vicepresidenta que cuando pareces golfa.



Con chismes y chistes te partes la caja con tres amigas en torno a una mesa

llena de copas. Ya estáis lanzadas y hoy será otra noche loca.

Grandes y oscuros los baños de este local, alguno te la meterá en la boca.

¿O será al revés?



Ignorando lo bien armada que estás descubrirá por la fuerza

¿de las cosas?

un nuevo placer al ser empalado por otra.

Y abrirá los ojos como sombrillas cuando lo claves contra la pared.

Agarrado por delante y por detrás para cuando quiera escapar, ya no podrá.

Esta es tu verdadera arma secreta.

Por ella lo haces en cuartos oscuros de muchos locales.

No conoces con quién ni quieres saberlo.

No sabrán de quién vino aquella sorpresa, ni querrán contarlo.



Entre copas sorpresas rayas risas te has pasado cinco horas por el inframundo.

Sí que es este tu mundo perfecto: el lugar donde te sientes, y pierdes,

más dentro.



Un taxista negro te deja en el portal de tu casa, otro barrio Salamanca cualquiera

ideal para guardar las apariencias y que todo sea como se ve.

Desnuda te tiras sobre la cama y aunque sucia, te sientes viva. Tal vez por esto.



Te zumban los oídos como panderetas antes de caer en otro coma profundo.

Soñarás con tu vuelta al mundo, otra, descubriendo zonas de la tierra

donde te quedarías para no volver.

Tal vez en una selva de Madagascar, salvando focas en Laponia,

cuidando crías de oso en Kamchatka, abriendo pozos de agua en aldeas africanas,

ayudando a los demás en Pakistán.

Soñarás con cosas sencillas en una humilde morada donde abunden los abrazos

a cambio de nada.

También, sí, también, caerá algún beso de regalo que no pedirá la vuelta.

Soñarás con que eres la mujer al completo que tu mente reclama.

Con que tu hombre anda cerca y dos niños dan patadas, a un tercero.

Sin lujos ni excesos sin presas fáciles para esa vida que llevas de tiburón.

O tiburona.



No puedes dejar de mirar a los niños machacando la cara del otro,

rompiéndole la nariz y los dientes, reventándole los ojos:

la crueldad del mundo dibujada en la infancia. No tienes sueño sin incluir pesadilla.



Te despiertas sobresaltada en ese instante:

cero seis quince y suena la alarma.

Y radio maría en el despertador y le das una hostia.



Hoy también llueve en barrio Salamanca.








© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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