domingo, 1 de enero de 2017

BED AND BREAKFAST



BED AND BREAKFAST





A Rebeca le rompieron el corazón la semana de difuntos. No fue por amor que fue con un martillo.

Pilón.

Quedó tendida en un suelo de Bermuda Grass.



Un enterrador en acto de servicio pasaba por allí con una pala y la recogió en su carretilla.

Como buen profesional, se dispuso a sepultarla antes de que llegaran las moscas con sus miles de huevos y a la muchacha se la comieran los gusanos.




Un veterinario en caza y captura, de insectos primero y después por la policía, vio en el acto su oportunidad de redimirse ante tanto perro asesinado en su quirófano por falta de sensibilidad,

ajena,

y experiencia,

propia.




Nadie quiere a las mascotas enfermas y esto terminó por envenenarle alma y cuerpo.

Un día llamó a los dueños de los bichos y los gaseó en la propia clínica.

No sin antes haberlos encerrado en sus jaulas para perros. Y perras.

Reconoce en privado que disfrutó con ello.




Enterrador y veterinario acordaron una segunda oportunidad para Rebeca:

el primero le daría viento fresco con la pala mientras el segundo aplicaba un masaje cardíaco refrescante de alta intensidad.




Al último intento desesperado reaccionó Rebeca como solía: con asco.

Un vómito azul abandonó su boca como haría un convicto de su celda: por cualquier medio a cualquier precio por encima de cualquiera.




Teñidos de mar salobre quedaron los dos hombres mientras Rebeca furiosa les espetaba:




- ¡So imbéciles! ¡Pero no veis que estaba fuera de cobertura voluntaria!




Rebeca saltó de la carretilla y abandonó el campo santo en tres zancadas largas.

Tras la interrupción de su colapso emocional autolítico, decidió que ya había superado el duelo pertinente.

En el primer bar que encontró pidió un plato de garbanzos con morcilla. No dejó ni las migas.




En la peluquería de la esquina se cortó las puntas abiertas como palmeras. No dejó propina.




En la taquilla de viajes hacia el nuevo mundo compró un billete para el primer barco que abandonara la ciudad.

No dejó atrás nada que la pena valiera.




Asomada a la proa, desde la barandilla agradece al santo martillo por haberle liberado de su última atadura sin sentido.

Cerca estuvo de caer enamorada a pesar de haber jurado ante la tumba del pájaro carpintero que jamás volvería a dejarse atravesar con ese clavo.




En el horizonte, un cielo naranja ocupación se esconde tras una lámina salada azul indómito.

Se siente feliz porque sabe que cuando caiga la noche, volverá a quedarse dormida entre campos de cebada mecidos por el viento.

En sus sueños, con la cebada produce cerveza. Con ésta, se emborracha. Cuando lo hace, se divierte. Y entonces, es feliz hasta que otro canalla antillano le mire con ojos de trampa y ella se deje convencer.

Al amanecer, volverá a empezar si otro enterrador no la despierta en mitad del sueño como hoy.

Justo antes de que el canalla le metiera la lengua hasta el estómago sin pedir permiso.

Como a ella le gusta.




© Christophe Caro






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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