miércoles, 2 de agosto de 2017

MEAT LOAF



MEAT LOAF







Cocinamos toda la noche aquellos cuerpos mal desollados,

casi sin tiempo para un buen guiso con patatas irlandesas y secretas especias orientales.




Éramos, después de todo, unos profesionales

y más de quinientos invitados aguardaban el sublime momento de su muslo de carne deshuesada sobre una filigrana de sirope

en el blanco lecho de un plato de fina porcelana

salvada de los bombardeos in extremis.




Los gruesos ribetes de oro más de uno hubiera arrancado a mordiscos.

Para colocarlo después en el mercado negro a cambio de un pasaporte.

Huir: el gran deseo secreto y colectivo.




Eran tiempos difíciles.

Y este banquete de obligada asistencia regalado por el fürher a sus leales cercanos,

el principio del hundimiento que nadie osaba pronunciar:

"Hasta la victoria final" -rezaba el oficial mantra de la época.




Un grupo de músicos acobardados interpretaba La Cabalgata De Las Walkirias desde un rincón donde unos telones negros y rojos escondían la pared.

Y con ello, los orificios de la metralla.




Todo era una farsa, pero nadie levantaba la mirada del plato no fueran a cortársela.




Tras unos breves entrantes de verduras y pan seco, llegó la carne.

Duró en los platos lo mismo que la esperanza:

un suspiro.




Salvamos la vida gracias al recio vino alemán,

porque en un descuido del ayudante más estúpido que nunca tuve

quedó al descubierto el origen de la carne.




Borrachos ya los comensales, ninguno entendió que aquellos largos huesos desechados del plato principal que como leña en cestos acumulados estaban,

eran piernas del enemigo abatido en los campos de prisioneros.




Auténtica despensa para quienes aún gustaban de ser agasajados como si este negro tiempo no pasara.




Llegados a este punto, los infelices tenían más pellejo que carne y mucho más hueso que pellejo.

Pero daban sabor a las patatas.




Al acabar la contienda me hice vegetariano;

aunque sólo fuera por el inútil intento de olvidar

y como todos fingir que yo tampoco estuve allí.







© Christophe Caro Alcalde

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