domingo, 12 de diciembre de 2010

Eh!, MAÚS


Eh!, MAÚS


El grupo de inmigrantes argelinos conversa tranquilo junto a un viejo mercedes.
Calzan zapatillas deportivas de marca. De marca occidental.
Visten con viejas ropas: roídos abrigos. Sobadas zamarras
de las que sacan la capucha con las que tapan sus cabezas rapadas.
Yo los observo con frialdad. Curiosidad.
Desde mi autocaravana de ciudadano occidental
acomodado en su estado de bienestar.
El que estalló con la codicia de los especuladores, el interés de los inversores
y la apatía de las clases medias.
Los pobres no contaron. Como siempre.
Aunque ahora sean los que más la sufran: como nunca.

Paradójico, que cuantos más sean menos cuenten.
Todo es un cuento, por otra parte.

El grupo de argelinos me analiza con desconfianza:
sólo soy un privilegiado, para ellos,
que nació en el país apropiado en el momento correcto.
Y tal vez sea cierto:
no viví guerras, no pasé hambre, no me persiguieron dictaduras.

A todos, ellos y yo, nos interrumpe este análisis mutuo una pareja.
Que sale discreta de la nave en último lugar.
Se nota que están liados. Aunque entre ellos no haya lío, sino todo lo contrario:
creen tener todo muy claro.
Ella le mira, sonríe, acaricia, arregla. La chaqueta.
Él bebe un refresco, multinacional multiracial, recostado en la pared.
Le mira con sus ojos negros, le habla desde su metro ochenta:
veinte son los centímetros que en vertical los separan.
Menos en horizontal.
Él le enreda volutas de humo entre su cabellera de mechas rubias.
De un color rubio caucásico.
Ella le enreda las manos entre sus cortos rizos negros.
De un color negro argelino.
Ella contiene el deseo de besarle en plena calle.
Demasiados curiosos de ambos bandos.
Él guarda las formas con aparente frialdad.
Se imponen la corrección y los buenos modales,
que para esto somos muy occidentales:
políticamente correctos
decididamente hipócritas
enfermizamente reprimidos.

Él tiene demasiados compatriotas curiosos.
Tal vez críticos. Por envidiosos.

Se alejan sin despedirse: los besos para la intimidad.
Donde los continentes, y su deriva, se aproximan.
Donde los países, tan lejanos en su cultura y su suerte,
rompen fronteras para unir territorios.
Así fueron siempre las cosas.
Así serán.

Hasta que todos nos volvamos,
con nuestros códigos morales
con nuestra educación pusilánime
con nuestras normas de comportamiento y convivencia que es mala convivencia
con nuestras religiones que no son sino la represión de bajas pasiones,

definitivamente idiotas.


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