GANGWAY
Ni en el más bizarro de sus sueños pensó ninguna en esta posibilidad
cuando huyendo de su Filipinas natal embarcaron rumbo a la China dorada.
Y en ese reducto capitalista anticomunista que hoy es el puerto fragante
trabajan 14 horas seis días por un montón de dólares hongkoneses de poco valor.
En el comercio internacional
tantos ceros vacíos trasladan a oro su peso como tal
que no es nada.
Algo va mal en su nuevo mundo cuando por merecido descanso no obtienen más que un día en la pasarela que conduce a central station
tumbadas en el suelo sobre refugios de cartón.
Como descarga de culpa social
sus vecinos de barrio y portal lo llaman acampada al aire libre.
En verdad es al aire encerrado:
sobre el humo de autobuses de dos pisos,
los chirridos del tranvía,
las bocinas de los taxitoyota,
la brisa viciada del brazo de mar que contaminado de asco se asoma a la ciudad,
el reflejo gris en las paredes de cristal de modernos e intrascendentes rascacielos con sello europeo,
y la eterna indiferencia de todos los viandantes
quienes sin descanso prefieren la pantalla virtual de su Ayfon
a la vida real de su ciudad en permanente estado de caos.
Tras comer sus variedades de arroz con ingredientes difíciles, duermen sobre trapos de cocina para olvidar el presente.
O juegan a las cartas y al mahjong para olvidar el futuro.
A las seis de la mañana del día siguiente,
todo estará vuelta a empezar
y nadie les preguntará cómo fue otro día de fiesta sin fiesta ni nada que celebrar.
© Christophe Caro Alcalde
Ni en el más bizarro de sus sueños pensó ninguna en esta posibilidad
cuando huyendo de su Filipinas natal embarcaron rumbo a la China dorada.
Y en ese reducto capitalista anticomunista que hoy es el puerto fragante
trabajan 14 horas seis días por un montón de dólares hongkoneses de poco valor.
En el comercio internacional
tantos ceros vacíos trasladan a oro su peso como tal
que no es nada.
Algo va mal en su nuevo mundo cuando por merecido descanso no obtienen más que un día en la pasarela que conduce a central station
tumbadas en el suelo sobre refugios de cartón.
Como descarga de culpa social
sus vecinos de barrio y portal lo llaman acampada al aire libre.
En verdad es al aire encerrado:
sobre el humo de autobuses de dos pisos,
los chirridos del tranvía,
las bocinas de los taxitoyota,
la brisa viciada del brazo de mar que contaminado de asco se asoma a la ciudad,
el reflejo gris en las paredes de cristal de modernos e intrascendentes rascacielos con sello europeo,
y la eterna indiferencia de todos los viandantes
quienes sin descanso prefieren la pantalla virtual de su Ayfon
a la vida real de su ciudad en permanente estado de caos.
Tras comer sus variedades de arroz con ingredientes difíciles, duermen sobre trapos de cocina para olvidar el presente.
O juegan a las cartas y al mahjong para olvidar el futuro.
A las seis de la mañana del día siguiente,
todo estará vuelta a empezar
y nadie les preguntará cómo fue otro día de fiesta sin fiesta ni nada que celebrar.
© Christophe Caro Alcalde